almeida – 16 de mayo de 2014.

Cuando Iván llegó al albergue, me di cuenta que hasta el momento era el benjamín de todos los peregrinos que había acogido en el albergue de Tábara y así se lo comenté.

Venía caminando con su padre y me imaginé que era su primer Camino. Su padre era más veterano y como suele ocurrir en estos casos, sería un apasionado del Camino que trataba de transmitir a su hijo los valores que este tenía y le había animado a acompañarle.

Pero según iba transcurriendo el día y fue estableciéndose ese vinculo que en ocasiones surge entre los peregrinos y hospitaleros, vi en aquel adolescente una persona madura y sobre todo un peregrino con cierta experiencia.

Iván no era la primera vez que estaba en el Camino, ya había recorrido el Camino Francés y había experimentado esa magia que algunos sienten cuando caminan sobre el.

Era un joven espabilado que se interesaba por todo lo que rodeaba al Camino y con frecuencia preguntaba sobre aquellas cosas que le generaban alguna duda, lo cual me agradó. Ese afán de aprender y ampliar los conocimientos es lo que hace que el ser humano siga en constante movimiento y no se quede anquilosado.

Todo para él era instructivo, lo mismo cosas relativas al Camino que otras cuestiones que había en el albergue y llamaban su atención y con placer traté de contestar a cada una de las cuestiones que planteaba.

Me interesé por saber que le había llevado a repetir, porque cuando un peregrino y sobre todo si es tan joven como él lo hace, era porque estaba convencido que había alguna cosa que en su primer Camino había llamado su atención y por eso ahora repetía.

Me comentó que lo que mayor impresión le dejó en su primer contacto con el Camino fue cuando conoció a un grupo de koreanos que no esperaba encontrarse en el Camino y menos ver a alguien caminando como ellos lo hacían. Iban completamente tapados a pesar del calor que hacía. Los primeros días, estos peregrinos no sólo evitaban el contacto sino que cuando pasaban al lado de alguien giraban instintivamente la cara mirando hacia otro lado en lugar de saludarse como hacían el resto de los peregrinos.

Fueron pasando los días y cada vez que coincidía con ellos, se repetía el mismo comportamiento hasta que un día, un peregrino italiano se los presentó y desde entonces se fueron abriendo hasta entablar una amistad que después de terminar el Camino, a pesar de la distancia que les separaban seguían manteniendo a través de facebook.

No me cabía ninguna duda, que Iván era de los que había sentido esa magia que envuelve al Camino y penetra en el interior de algunos que lo recorren. Observé como en el albergue trataba de colaborar en todo lo que se hacía, dando ejemplo a los que se encontraban allí y les estaba demostrando su veteranía con su comportamiento.

Peregrinos como Iván, son ese futuro que se necesita en el Camino para que las buenas costumbres no se pierdan y enseñen a los que caminan a su lado, aunque estos le doblen la edad.

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