almeida – 15 de mayo de 2014.
En todo Camino, los peregrinos suelen contar con esos momentos especiales que hacen diferente cada uno de los caminos a los demás. También en la vida del hospitalero, se producen esos momentos que son diferentes y de alguna manera representan ese soplo fresco que te permite pensar en lo que estás haciendo y sobre todo te anima a seguir adelante.
Hace unos días, llegó al albergue una persona que no tenía el aspecto de peregrino. No es que el peregrino tenga un aspecto determinado, porque una vez desprendido de la mochila, todos somos iguales, salvo quizá algunos detalles como es caminar con las piernas un poco arqueadas o cojeando y esas sandalias que llevamos al finalizar la etapa para airear los pies. Pero raramente llevamos zapatos y este los llevaba, por eso me di cuenta que no era peregrino.
Me entregó una bolsa de plástico y me dijo que al día siguiente una peregrina alemana llegaría al albergue y la bolsa era para que se la entregáramos.
Como hay otros alojamientos privados en el pueblo, le dije que quizá fuera a uno de ellos, pero me aseguró que no, que estaba convencido que llegaría al albergue.
Traté de tener algún dato más sobre la peregrina, pero este, no la conocía personalmente por lo que no podía darme ninguna referencia de ella.
La bolsa contenía unas sandalias de cuero que al parecer se las había dejando dos días antes de su llegada en un hostal en el que había descansado de la jornada de Camino que había realizado.
Cuando llegaron tres peregrinos, al presentarnos, una de las peregrinas dijo llamarse Catherine que era el nombre que me habían dado. Entonces saqué la bolsa y la joven se sorprendió de ver de nuevo sus sandalias ya que las daba por perdidas. Pero como le aseguraba, era la magia del Camino que tenía esas cosas de sorprendernos casi cada jornada.
Se alegró mucho de recuperar sus zapatillas y sonrió de una manera un tanto forzada, el Camino estaba cobrándose en ella ese tributo que en ocasiones pide a los peregrinos y la joven arrastraba una tendinitis muy dolorosa y además se encontraba con fiebre y lo que parecía una fuerte gripe.
La dijimos que dejara todo y se fuera a acostar, nos ocuparíamos de ella porque no se encontraba en condiciones de hacer nada y lo mejor era que se recuperara de los males que arrastraba.
Durante todo el día nos ocupamos de su estado tratando de calmar la fiebre con paracetamol y fuimos llevándola a la litera unas infusiones y fruta para que su estado mejorara.
Nos dijo que deseaba seguir adelante, caminaba en compañía de dos personas con las que se encontraba muy a gusto y como eran mayores que ella la cuidarían para que sus males no fueran a más. Pero todos éramos conscientes que no se encontraba en condiciones de seguir caminando y lo que necesitaba era reposo, si no lo hacía de esta forma en un par de días empeoraría y su camino se terminaría.
Sus compañeros de Camino, también estaban de acuerdo con lo que le decíamos por lo que fueron ellos los que siguiendo nuestro consejo, la convencieron para que se quedara los días que fueran necesarios.
Se mostraba reacia a ir al médico y no quisimos insistir en ello, pero lo que no permitimos fue que se moviera de la litera, únicamente le permitíamos unas horas al día levantarse para estirar un poco las piernas y en el lecho fue alimentada y sobre todo cuidada, como siempre se ha hecho con quienes llegan en malas condiciones a los hospitales o albergues del Camino.
Al tercer día que nos disponíamos a repintar una parte del Camino, la animamos a que nos acompañara y aunque se encontraba todavía débil, disfrutó pintando alguna de las flechas que peregrinos como ella estaban siguiendo.
Como su estado no mejoraba, la obligamos por responsabilidad a que fuera vista por un medico quien ratificó que el tratamiento que debía seguir era el que le estábamos proporcionando, pero no observó en la joven nada que pudiera resultar inquietante.
Los cuatro días que pasó en el albergue, fueron los necesarios para no ver como se truncaba su sueño de llegar a Santiago y pudo recuperarse de las dolencias que traía cuando llegó.
También se dio cuenta que el Camino es quien va marcando la pauta y el ritmo de los peregrinos, porque su afán de seguir adelante el día que llegó porque se encontraba en una compañía especial se vio recompensada cuando reinició su Camino que lo hizo con unos compatriotas suyos de su misma edad, que el Camino había puesto a su lado y seguro que era lo que le tenía reservado en esta peregrinación.
Cuando por la mañana abandono el albergue, fue un sentimiento muy grato verla partir con el ánimo y el espíritu renovados y sobre todo reconfortada, estábamos convencidos que terminaría su Camino y para los que nos quedamos en el albergue, representó uno de esos momentos tan especiales que también el Camino depara a los hospitaleros.