almeida –  22 de septiembre de 2017

Uno de los hábitos que he ido adquiriendo cada vez que voy a algún albergue del camino a colaborar como hospitalero voluntario,

cuando se establece cierta complicidad con los peregrinos o en esos momentos en los que el camino es el mono tema de conversación de quienes nos encontramos alrededor de una mesa, es preguntarles a los que se encuentran a mi lado cual de todas las imágenes y sensaciones que guardan en su cabeza es la primera que les viene a la mente cada vez que piensan en el Camino cuando se encuentran fuera de él.

Una pregunta que me parece tan sencilla, en muchas ocasiones da la sensación que es todo un examen para quienes les hago la pregunta, en lugar de contestar directa y espontáneamente, hacen mil y un gestos como tratando de buscar en el interior de su mente esa historia que les ha dejado una huella especial y pueden llegar en ocasiones a tardar varios minutos antes de comenzar a contarme esa historia tan especial para ellos.

Generalmente, en estos casos, cuando veo que la historia no surge de una forma espontánea, procuro escuchar con atención lo que me cuentan. Pero no suelo darle mayor importancia, no es eso lo que yo estaba buscando. Si tenían que pensar tanto la respuesta era porque no es esa imagen que siempre acude a su mente cuando piensan en el Camino.

Muchas veces, las historias son tan rebuscadas que hasta parecen inverosímiles, aunque siempre se saca de cada una de ellas algo interesante, aunque sea pasar un rato compartiendo cosas del camino.

En una ocasión, me encontraba en uno de esos albergues solitarios y poco concurridos que suele haber en algunos caminos menos transitados. Creo que llevaba una semana sin recibir a ningún peregrino, a pesar de encontrarnos en el mes de agosto. Ese día llegaron dos peregrinos. Cada uno estaba haciendo el camino por su cuenta y habían coincidido algunas etapas, aunque los dos eran solitarios y les gustaba caminar sin nadie a su lado. Por eso buscaban esos caminos minoritarios en los que pudieran disfrutar como a ellos les gustaba de la soledad que les proporcionaba esta ruta tan dura en los meses más calurosos.

Cuando nos encontrábamos los tres en la sala del albergue, sentados alrededor de la mesa tomando un café, les formulé la misma pregunta y mientras la peregrina estuvo casi un minuto pensando lo que me iba a contar, él, que parecía un peregrino muy experimentado, había recorrido casi todos los caminos conocidos, no dudó un instante y comenzó a contarme esa imagen que siempre venía a su cabeza cuando estaba en la monotonía diaria de su vida y deseaba soñar con el camino y sentir aunque solo fuera en su imaginación esa sensación tan agradable que le producía cada vez que pensaba en el Camino.

Comenzó a contarme que se encontraba recorriendo ese Camino en el que las infraestructuras para los peregrinos son escasas y en muchas ocasiones hasta nulas, por lo que el peregrino aunque no camina con una planificación establecida, suele llevar alguna información de los lugares de acogida que se va a encontrar y cómo puede acceder a ellas.

Ese día, su jornada finalizaba en una población pequeña en la que por supuesto no había ningún albergue para los peregrinos, porque no era muy frecuente verles a diario. Pero como de vez en cuando llegaba alguno hasta el pueblo, el ayuntamiento había habilitado en un local municipal un espacio para que los peregrinos pudieran descansar y tenían a una persona del pueblo encargada para abrir el local cuando llegara algún peregrino. Había que llamarle por teléfono y él se acercaba hasta el improvisado albergue y abría las instalaciones para el peregrino.

Éste, sabiendo que las gentes de los pueblos tienen sus ocupaciones y en ocasiones, en verano se encuentran en plena faena recogiendo las cosechas, decidió llamar al teléfono que tenía en el primer descanso que hacía ese día para que al menos supieran que llegaría esa jornada un peregrino.

-¿Dígame? – preguntó una tosca voz al otro lado de la línea telefónica.

-Buenos días – dijo el peregrino – estoy haciendo el Camino y llegare hoy al pueblo, era para avisarles y que sepan que hoy van a tener un peregrino.

-Bueno – dijo el buen hombre – el albergue se encuentra a la salida del pueblo, tiene que cruzarlo, pero no venga antes de las doce, que hoy tengo hora con el podólogo, que tiene que quitarme un callo que me está matando.

-No se preocupe – dijo el peregrino – todavía me queda mucho para llegar y no creo que esté por ahí antes de las tres o las cuatro de la tarde.

-Pues cuando vaya llegando al pueblo me vuelve a llamar y le estoy esperando para abrirle la puerta.

-Muchas gracias, así lo haré – dijo el peregrino.

Esperaba que continuara con la historia, pensaba que lo interesante estaba todavía por llegar, no lo se, la forma en la que le recibió el hombre o algún detalle que le hubiera pasado en aquel lugar improvisado, pero el peregrino se detuvo y no siguió hablando ante mi extrañeza.

-¿Ya está? – le pregunté.

-Si – me respondió.

-¿Y esa es la imagen que viene a tu mente cada vez que piensas en el camino?, Tú, que debes tener mil vivencias después de todos los caminos que has recorrido.

-Pues esa es mi imagen del camino, para mi representa la normalidad, la sencillez. El camino no es nada más que eso, para mí lo normal es recorrerlo, sin esperar grandes cosas, pero sabiendo que voy a recibir grandes aportaciones cada día y para aquel hombre también era algo normal que de vez en cuando alguien le llamara y tuviera que ir a abrirle la puerta, pero sin que esto alterara para nada su vida diaria. Para él lo importante ese día era la visita que tenía que hacer al podólogo y para mí lo importante era llegar y disponer de un sitio donde descansar y los dos conseguimos lo que queríamos. Es algo tan natural que es la imagen que siempre que pienso en el camino veo a aquel sencillo hombre en el podólogo y hasta me imagino como le está quitando el callo que le había salido en el pie.

He de admitir que me sorprendió aquella historia que el peregrino me contaba, esperaba que fuera algo más impactante y en un principio hasta me decepcionó que un peregrino tan veterano y con tanta experiencia tuviera en su mente algo tan cotidiano y hasta banal.

Pero cuando fui pensando en su respuesta, cada vez me estaba resultando más interesante lo que me había contado y hasta llegué a pensar como él. Cuando ensalzamos tanto al camino, no dejamos de desvirtuarlo de alguna manera, el camino es algo más sencillo o al menos debería serlo para que quienes lo recorremos no lo cambiemos como lo estamos haciendo.

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