almeida – 10 de mayo de 2014.
Los peregrinos que cuando hacen su camino se detienen a descansar en Santuario, llegan cargados de deseos y de buenas intenciones.
Santuario, es uno de los pocos lugares que aún quedan en el camino donde se cuenta con tiempo para todo. Allí da la sensación que el tiempo se detiene o cuando menos se ralentiza. A veces hasta consigue trasladarnos en un imaginario túnel del tiempo que nos lleva a otras épocas, en las que las palabras prisas o stress, aún no se habían recogido en ninguno de los diccionarios que compendiaban; en cualquiera de los monasterios medievales donde se recogía en pergaminos; el conocimiento que se tenía.
Es en esas condiciones cuando resulta más propicia esa relación con los peregrinos y también la que se produce entre ellos ya que se cuenta con el suficiente tiempo para intercambiar muchas cosas, entre ellas, esas motivaciones que les habían llevado a aquel Camino.
Cuando los peregrinos decidían compartir sus deseos, daba la sensación que se liberaban de parte de un gran peso que llevaban, no hay nada como compartir las penas para que estas resulten más livianas.
Algunos de los sentimientos que pude escuchar de boca de los peregrinos, resultaban desgarradores, otros podían ser divertidos, pero todos eran muy profundos y resultaban entrañables; eran de esas cosas, que una vez que las has escuchado, es muy difícil, que por mucho tiempo que pase, puedan caer en el olvido.
En Santuario, se les daba la oportunidad de que dejaran constancia de los sentimientos que llevaban consigo escritos en un pedazo de papel, de esa forma no caerían en el olvido, quedarían allí para que cada noche otros peregrinos los leyeran a los demás en voz alta mientras duraba su camino. Eso podría ayudar a que los deseos que dejaban escritos, fueran conocidos por los peregrinos que iban detrás de ellos y entre todos era más fácil conseguir que se hicieran realidad.
Alguien, en una ocasión, me comentó que cada una de aquellas notas era como una lágrima peregrina.
Cuando lo escuché, creía que se trataba de una frase hecha, pero luego estuve pensando mucho en ella y la consideré muy acertada, ya que estoy seguro que cuando fue escrita, alguna lágrima hizo que se emborronara el papel. También cuando era leída, quién lo hacía, sentía como una lágrima se deslizaba por su mejilla y quienes la estaban escuchando, también dejaron caer alguna lágrima, pensando en lo que en ella se decía.
Eran lágrimas muy íntimas porque salían del corazón, de ese corazón peregrino que sabe como los sentimientos más puros, a veces, solo pueden brotar en forma de lágrima.