almeida – 8 de mayo de 2014.

Frecuentemente, suelo acudir al refranero cuando me encuentro ante situaciones que no son habituales y la sabiduría popular, raramente suele fallar, siempre acierta en las reflexiones que va haciendo el pueblo y se mantienen con el tiempo.

Ese dicho; “dime de que presumes y te diré de lo que careces”, fue el que vino a mi mente un día que aparecieron por el albergue dos peregrinos, que menos peregrinos eran cualquier cosa.

Llegaron en sentido contrario al que solían hacerlo los peregrinos lo que me resultó un tanto extraño, pero como el albergue se encuentra en un lugar apartado del pueblo, algunos se confunden, no ven las flechas que indican donde se encuentra el albergue y dan alguna vuelta por el pueblo antes de llegar. Pero lo que sí resultaba extraño era que no llevaban mochilas. Según ellos, las habían dejado en uno de los bares del pueblo para no venir cargados con ellas y tras asegurarse que el albergue se encontraba abierto y ver los servicios que disponía para el peregrino, iban a por ellas y regresaban.

Volvieron al cabo de una hora, ahora sí, llevaban unas mochilas a sus espaldas además de la ornamentación un tanto excesiva de peregrinos que llevaban (cruces, taus, vieiras, pins y no se cuantas cosas más).

He de confesar que esa primera impresión que pocas veces suele fallar no fue muy buena, pero me encontraba sólo y el día antes tampoco había llegado ningún peregrino, por lo que en parte se agradecía algo de compañía.

Nada más entrar en el albergue, les fui indicando donde se encontraban los servicios que había a su disposición y dónde se ubicaban las duchas que es lo primero que utiliza el peregrino, pero no prestaban atención a cuanto les decía, ellos iban a lo suyo y lo que querían era utilizar la cocina que es de uso exclusivo de los hospitaleros.

-Ahora lo que queremos es tomar unas cervezas y preparar unas “txuletas” – dijo uno de ellos.

-Si queréis hacer unas txuletas, me decís como os gustan y yo las preparo – les dije – la cocina es solo para uso de los hospitaleros aunque se de servicio en ella a todos los peregrinos.

-¡Que no podemos utilizar la cocina! – protestó el que llevaba la voz cantante.

-Pues no – les dije – está bien claro que solo yo la puedo utilizar, son las normas que he puesto en el albergue y debéis aceptarlas, yo os preparo lo que deseéis.

-¡Me vas a decir a mi lo que puedo y no puedo utilizar, he hecho mas de 30 caminos y si en un albergue hay cocina, la utilizo!

-Pues aquí no, yo estoy a cargo del albergue y soy quien pone las normas y la utilización de la cocina, como he dicho esta reservada al hospitalero.

-Entonces, no nos quedamos, nos vamos a otro sitio –dijo el supuesto peregrino.

-Me parece muy bien, a unos 25 km tenéis otro albergue y en coche como vais, es poco más de media hora lo que tardareis en llegar.

Desaparecieron por donde habían llegado, en dirección contraria al Camino, pero en la dirección correcta donde seguramente habían dejado su coche y les perdí de vista.

De nuevo, ese día estuve solo porque no llegó ningún peregrino y me quedé meditando lo intransigentes que pueden llegar a ser algunas personas y sobre todo lo poco que aprenden con las buenas lecciones que proporciona  el Camino a quien lo recorre con buena disposición, pero personas como estas, aunque lleven otros treinta caminos más, seguirán siendo esas excepciones que resultan siempre impresentables.

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