almeida – 30 de abril de 2014.
Tengo que confesar mí escepticismo por aquellas cosas que no he visto para creer ciegamente en ellas. Un poco como el apóstol Tomás que entre otras cosas, pasó a la historia por su negativa a creer lo que le decían sin haberlo comprobado personalmente con sus propios ojos.
Pero, el paso del tiempo y sobre todo comprobar que en ocasiones una misma idea se repite una y otra vez teniendo como protagonistas a personas diferentes que no han coincidido en su vida y tienen las mismas o similares sensaciones cuando se encuentran en un lugar concreto, me llevan a pensar que hay algo que no es explicable por la lógica y la razón, pero de alguna forma se hace patente.
Esta situación, cada vez es más frecuente en algunos lugares del Camino de Santiago y podía decirse en todo el Camino, es esa energía que algunos creen percibir y según otros, es una corriente que a lo largo de varios kilómetros, se extiende a lo largo de toda la ruta de peregrinación.
Lugares como Eunate, Grañón, Tosantos,…..se encuentran para muchos peregrinos cargados de esa energía positiva que cada vez resulta más perceptible para algunos y de esa forma lo manifiestan en el momento que ponen sus pies en el interior de estos sitios.
He tratado de aplicar alguna lógica a este razonamiento y la única que se me ocurre es esa ley de la Física que casi todos hemos aprendido de memoria que dice: la energía ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma.
No me cabe ninguna duda, que los peregrinos mientras recorremos el Camino, vamos dejando nuestra mejor energía en cada una de las acciones que realizamos y en los comportamientos que tenemos con los demás y si las leyes físicas tienen su lógica, ésta energía, no se evapora con el paso del tiempo sino que se mantiene en estos sitios y va siendo percibida por quienes tienen la suficiente sensibilidad para hacerlo.
Cuando me he encontrado en alguno de los sitios a los que hacia referencia, en el momento que los peregrinos me hablaban de esa sensación que tenían, trataba de explicarles que era todo lo que con el paso de los años habían ido dejando quienes habían pasado por aquel lugar y a fuerza de repetirlo, me lo he ido creyendo y hasta lo he experimentado en algún momento.
Por eso, cuando una peregrina francesa abandonaba el albergue de Tábara y me decía que tenia la percepción que en el albergue había mucha energía positiva, traté de hacerle ver que era gracias a ellos, a los peregrinos que habían pasado por aquí. Aunque ella insistía que la energía que percibía se encontraba dentro y no era de los peregrinos sino del ambiente que se había creado y de la hospitalidad que se ofrecía y he de confesar que a pesar de mis reticencias a creer en ciertas cosas, me agradó cuanto decía porque me hacía concebir que la forma de hospitalidad que estaba ofreciendo no distaba mucho de la que se daba en los lugares que forman ya parte de esa magia del Camino.