almeida – 23 de mayo de 2014.
Rosa era una joven peregrina que un día apareció por Santuario acompañada de al menos cuatro o cinco peregrinos más.
Cuando se enteró que me gustaba contar historias del Camino, se acercó hasta donde me encontraba y comenzó a preguntarme por muchas cosas sin respuesta que había en su cabeza; sobre todo deseaba escuchar esas historias que ocurren en el Camino y que a ella le encantaban. Observé cómo prestaba atención a todo cuanto le contaba, su afán por conocer cosas nuevas parecía no tener fin, era tal la emoción con la que escuchaba que cuando terminaba una de las historias, me hacía mil preguntas sobre lo que le acababa de contar.
Poco a poco fue formándose un grupo cada vez más numeroso de peregrinos que también querían escuchar estas historias, hasta se llegaron a integrar algunos extranjeros a los que iban traduciendo lo que yo les decía.
Tuve que pedir de vez en cuando alguna tregua ya que la boca se me secaba y también necesitaba liar algún cigarrillo porque me apetecía fumar en aquellos momentos.
Cuando ya me encontraba cansado y con la imaginación casi seca para satisfacer la curiosidad del público que parecía estar expectante, le dije a la peregrina que a mi también me gustaba escuchar alguna historia nueva y estaba seguro que ella, que llevaba varios días de camino, tendría varias vivencias que podría compartir con nosotros.
Rosa se quedó pensativa, me dijo que no recordaba nada que fuera digno de comentarse y menos después de las historias que yo había contado, pero ante mi insistencia, me dijo que había una cosa que le había llamado la atención y que no sabía como debía interpretarlo pues por mas vueltas que le daba no encontraba esa respuesta.
Para ella, su camino comenzó en el momento que se encontraba en la estación de tren de su ciudad, allí había quedado con sus amigas, con las que iba a hacer el camino y desde ese momento comenzó a sentirse peregrina.
En la estación percibió un fuerte olor a cítricos, no sabía de dónde procedía ya que le hubiera gustado preguntar con qué estaba hecho. No le recordaba al aroma de la naranja, tampoco era tan fuerte como el limón, era algo diferente que deseaba conocer, pero por más que buscó, siguió sin encontrar la fuente de la que procedía.
Imaginó que al subir al tren el olor desaparecería, pero se había instalado en su cerebro y de vez en cuando volvía a surgir, lo que fue intrigándole aún más.
Cuando comenzó a caminar, en varias ocasiones a lo largo del día, el aroma volvía de nuevo y aunque ahora de forma intencionada trataba de apartarlo de su mente, fue incapaz de conseguirlo.
Poco a poco se fue acostumbrando a él, era como ese amigo invisible que suele aparecer en ocasiones y solo algunos son capaces de verlo, pero les está vetado a los demás.
Según pasaban los días, trató de olvidar aquel aroma, quizás la costumbre de sentirlo cada día, hacía que su presencia se fuera diluyendo; ya había dejado de inquietarla como los días anteriores, se imaginó que era un perfume que llevaba puesto y por eso resultaba solo perceptible para ella.
Cuando estaba abandonando La Rioja, creyó por momentos, que el aroma se intensificaba, pero no quiso consultárselo a sus amigas, ya había tenido que soportar suficientes burlas con los comentarios que hacían de las alucinaciones que estaba sintiendo.
Al llegar al primer pueblo de Castilla, se separó de sus amigas, algo le decía que debía ir caminando por un sendero que conducía hasta una huerta, allí de nuevo el aroma se manifestó de una forma exultante. Aunque la huerta era grande, en lugar de irse a la entrada, se fue hasta uno de los extremos de la huerta donde había unos extraños árboles que producían unos cítricos también especiales.
Alargó la mano y cogió uno de ellos y el aroma del cítrico se fundió con el que ella había almacenado en su cerebro y se produjo una explosión de sensaciones en las que destacaba el aroma que tanto la obsesionaba, era aquel olor que tanto la intrigaba desde que comenzó su camino.
Un señor que estaba atendiendo la huerta, se acercó hasta ella.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—¿Quería saber qué tipo de cítrico es? —dijo la peregrina señalando uno de los árboles.
—Es una toronja —respondió el hombre —no es muy frecuente producirla por aquí, a mí me trajeron las semillas del extranjero y planté una docena; pero solo me han agarrado esos cuatro que ves.
La joven explicó al hombre lo que le había ocurrido cuando salió de su ciudad y como el aroma la estaba persiguiendo, habiendo llegado a obsesionarla hasta que ha salido de dudas sabiendo de qué cítrico se trataba.
—Pues puedes llevarte las que quieras —dijo el hombre.
Ella cogió cuatro unidades, una para cada una de las peregrinas que caminaban a su lado y agradeciendo al hombre que le hubiera aclarado la duda que tanto la obsesionaba, se despidió de él.
Las amigas, que no se habían percatado del desvío de Rosa, al no verla, estaban preocupadas por ella y la estaban buscando por todos los rincones del pueblo. Cuando una de sus amigas la vio, dio la voz de alarma a las demás para decir que por fin había aparecido.
—¿Dónde te habías metido?, nos tenías preocupadas.
—Mira —dijo Rosa extendiendo la mano y mostrando la fruta que acababa de coger del árbol —¡son toronjas!-, este es el aroma que tanto me obsesionaba desde que lo olí en la estación.
Le entregó una fruta a cada una de sus amigas, aunque a estas no les recordaba a nada ese aroma que resultaba agradable, para ellas más que lo que les había dado Rosa, seguían comentando el susto que tenían todavía en sus cuerpos.
Ahora ya llevaba en uno de los bolsillos de su mochila dos toronjas, el aroma ya no se apartaría de ella durante todo el camino.
—¿Cómo interpretas tú eso? —Me preguntó.
—Pues no lo sé, creo que eres tú la que debes darle una interpretación, pero creo que el Camino nos aporta un sin fin de sensaciones, a veces es un paisaje, otros es un sonido, otras una persona y en algunos casos, como te ha ocurrido a ti, es un aroma.
Cuando luego recordamos nuestro camino, a cada uno nos viene a la mente el paisaje, el ruido o el rostro de esa persona y a ti te va a venir siempre ese aroma.
Eso será lo que te identifique al camino que estás haciendo y estoy convencido de que cada vez que lo sientas, será una señal que te está diciendo que tienes que volver de nuevo al Camino.