almeida – 29 de junio de 2014.

Muchas veces confundimos la fortaleza de algunas personas con su aspecto exterior, pero la experiencia nos enseña que no siempre es así y las historias como la que me ocurrió en una ocasión, me confirman que en ocasiones son los más grandes los que antes suelen derrumbarse, y llama más la atención cuando ocurre esto porque no nos lo esperamos.

Un día llegó a Santuario Richard, venía haciendo el Camino con su hijo Paúl y formaban una pareja diferente porque eran completamente distintos a los que ese día se alojaban en el albergue.

Paúl era un joven de poco más de veinte años, espigado y muy discreto porque daba la impresión que en todo momento buscaba ese anonimato que algunos esperan encontrar en el Camino.

Richard era todo lo contrario, le gustaba hacerse destacar en cualquier lugar en el que se encontrara, nada más entrar en el cuarto donde recibíamos a los peregrinos, pareció llenarlo todo, no solo por su enorme volumen, calculo que pensaría mas de ciento sesenta kilos, sino que su voz, sus maneras y su forma de estar lo llenaban todo.

He de confesar que la primera impresión no fue nada buena, porque estos norteamericanos suelen hacerse destacar en cualquier lugar en el que se encuentren y aquí la verdad es que desentonaba un poco y lo veía fuera de sitio.

Curiosamente ese día llegaron a Santuario seis o siete peregrinos compatriotas suyos, no era frecuente contar con tantos de ese país pues Estados Unidos no es de los lugares en los que más implantado se encuentra el Camino, al menos hay un par de docenas de países que suelen aportar más peregrinos.

Aunque los norteamericanos no venían juntos, si debían haber coincidido en otros albergues anteriores ya que cuando se vieron se saludaban como si se conocieran de días anteriores.

Esa tarde se encontraban varios peregrinos en la recepción de Santuario, cuando entró Richard, lancé un suspiro de alivio cuando vi que las sillas se encontraban ocupadas, porque si se hubiera sentado sobre una de ellas, estaba convencido que no hubiera aguantado su peso, por lo que se acomodó en el sofá que solía ser de dos o tres plazas, aunque una vez que se sentó él, apenas dejaba sitio para nadie más.

Encima de la mesa se encontraba el cuaderno donde registrábamos a los peregrinos que llegaban a Santuario. Richard lo cogió en sus manos y tras echarle un vistazo, mirando a los demás con el dedo pulgar de la mano derecha levantado, exclamó:

—¡U.S.A. ok!

Daba la sensación que quería afirmar que allí donde hubiera norteamericanos eran los que predominaban dando mayor importancia al lugar en el que se encontraban.

Aquel gesto me pareció de una suficiencia un tanto fuera de tono, estuve a punto de mostrarle que en los días anteriores solo había llegado un compatriota más, a diferencia de los demás países que ofrecían un balance mucho mayor, pero tampoco era cuestión de comportarme como él, no cabía duda que este nuevo gesto acabó por ratificarme la primera impresión que me había causado este peregrino.

No volví a prestarle atención el resto del día pues lo que había visto hasta el momento me decía que teníamos muy poco en común y que no íbamos a tener nada que compartir, además, la diferencia del idioma iba a ayudar a que esto no fuera así.

Cuando llegó el momento de subir a la pequeña capilla no me preocupé de si él asistía o no, fueron llegando los peregrinos y vi que no venía, por lo que me dispuse a cerrar la puerta, cuando observé que estaba subiendo con algo de esfuerzo su voluminoso cuerpo por las escaleras y esperé a que llegara.

Tuvo que hacer algunas filigranas para entrar por la pequeña puerta que daba acceso a la capilla, incluso el escalón que había a media altura le costó mucho superarlo, pero finalmente pudo acceder al interior.

Los escasos asientos que había en el interior de la capilla estaban todos ocupados, incluso algunos peregrinos más jóvenes habían preferido sentarse en el suelo, pero al verle llegar, dos peregrinos que no se lo imaginaban sentado en el suelo, se levantaron para dejarle el espacio que ellos ocupaban y se sentaron en el suelo.

Como todos los días, antes de la oración, dije algunas palabras, no recuerdo de que hablé aquel día, pero sé que conseguí captar la atención de todos los que se encontraban allí, ya que el silencio y la paz que había se podía captar en el ambiente.

Como ese día predominaban los peregrinos que hablaban en inglés, dejé que fueran ellos los que comenzaran la oración con una de las lecturas más largas que había.

Cuando llegó el momento de leer los deseos que los peregrinos habían dejado, fui repartiendo aleatoriamente las que había en cada idioma sin saber las que habían salido y las que había entregado a cada uno.

Al llegar el turno de Richard, comenzó a leer su nota, ignoro lo que decía en ella ya que no comprendía el idioma en el que estaba escrita, pero a mitad de su lectura, percibí como la voz de aquel hombre tan grande comenzaba a quebrarse, cuando observé que no podía continuar, un impulso interior actuó por mí. Me levanté y me dirigí hacia donde se encontraba y le di un abrazo, no sé si comprendió lo que le dije cuando le comenté que podía desahogarse libremente, ya que las lágrimas son parte de este Camino y a veces es necesario sacar de nuestro interior todo lo que llevamos acumulado.

El rudo y duro hombre comenzó en ese momento a llorar como un niño y ni las palmadas que Paúl le daba consiguieron calmar la angustia que de repente había aparecido.

Nada más dar por finalizada la oración, Richard se acerco a mí y me agradeció el gesto que había tenido con él, le había conmovido aquel abrazo que le había permitido descargar la emoción oculta que fue saliendo según leía la nota que le había correspondido, porque se identificaba plenamente con aquel problema y lo comprendía perfectamente pues él también había sufrido algo similar en un momento de su vida.

Comencé a ver de una forma diferente a aquel peregrino, la humildad con la que se había mostrado ante los demás, hizo que desapareciera aquella máscara que se había puesto solamente para que la vieran los demás, pero en el fondo era también una persona sensible como la mayoría de los que nos encontrábamos allí.

A la mañana siguiente, antes de abandonar Santuario, se acercó hasta mí con su hijo, que se desenvolvía bastante bien en nuestro idioma, y me dijo que nunca olvidaría aquel lugar ni el momento que había pasado en la pequeña capilla, porque estaba convencido que le ayudaría a afrontar el Camino de una forma diferente a como lo estaba haciendo.

Yo también le di las gracias pues había proporcionado una lección que nunca olvidaría, sé que se extrañó de mis palabras, pero eran de las más sinceras que había pronunciado nunca.

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