almeida – 21 de mayo de 2014.
Cuando vi detenerse a aquella furgoneta a la puerta del albergue, sentí curiosidad por ver que tipo de peregrinos descendían de la misma, estaba convencido que se trataba de personas que van haciendo el camino de una manera diferente y el albergue está para quienes lo recorren con el esfuerzo diario.
Era una de esas furgonetas equipadas con lo necesario para vivir en ellas, por lo que supuse que no necesitarían ocupar ninguna plaza en el albergue.
Al cabo de algunos minutos, se abrió la puerta y vi como descendía un señor de avanzada edad que se dirigió hasta el albergue y me pidió que sellara sus credenciales.
Portaba dos credenciales y cada una de ellas contaba con muchos sellos de diferentes lugares y albergues del Camino, pero ellos no lo estaban recorriendo por lo que me interesé por aquella curiosa forma de peregrinar.
Me dijo que en la furgoneta se encontraba su mujer que estaba enferma y no deseaba dejarla sola mucho tiempo por lo que les invité a que entraran los dos en el albergue y mientras tomábamos una infusión podía contarme tranquilamente como era su camino y de paso satisfacer mi curiosidad.
Fue en busca de su mujer, según les veía acercarse enseguida me di cuenta que aquella mujer de avanzada edad, tenía parkinson, no podía controlar los movimientos que instintivamente hacían sus brazos y el la abrazaba para que no resultaran tan bruscos y evidentes.
Se sentaron a la mesa y mientras le servía un te, el hombre fue contándome como desde hacía tiempo, había descubierto el Camino y una parte de sus vacaciones lo dedicaba a recorrerlo. Siempre lo había hecho en solitario, aunque su mayor ilusión había sido siempre hacerlo en compañía de su esposa.
Pero unas veces los hijos, y otras, compromisos diversos, habían impedido que este sueño se llegara a realizar cuando todavía eran más jóvenes y los dos se sentían con más fuerza.
Decidieron que cuando él se jubilara, sería el momento para poder recorrerlo juntos. Eran tantas las veces que le hablaba del Camino y de todo lo que le aportaba cada vez que lo recorría, que ella también deseaba sentir lo mismo que su marido la transmitía cada vez que regresaba del Camino.
Pero en ocasiones, los planes se ven trastocados por lo que menos esperamos y en esta ocasión les ocurrió lo mismo. Cuando tenían previsto comenzar su primer camino, debieron posponerlo porque ella comenzó a sentir los primeros síntomas del parkinson y llegaron a pensar que jamás podrían realizar este sueño porque la enfermedad iba avanzando y ella se sentiría incapaz de poder avanzar con normalidad y menos con una mochila a sus espaldas.
Pero no perdían la esperanza, él seguía hablándola del Camino de aquellos lugares que le habían resultado mágicos y los dos soñaban juntos imaginándose estar en cada uno de los sitios que él le iba narrando.
Un día, cuando vio por la calle un vehículo como en el que ahora se desplazaban, enseguida se dio cuenta que esa sería la forma de poder ver cumplido su sueño. Adquirirían uno y la llevaría a todos esos lugares de los que tanto le había hablado y estarían juntos en ellos como tantas veces habían soñado.
Según me iba contando esta entrañable historia pude darme cuenta que en cada una de las palabras y sobre todo en las miradas, había un amor que difícilmente se puede explicar, pero que tuve la suerte de poder sentir en el albergue.