almeida – 10 de junio de 2014.
A Cristina, le apasionaba recorrer el Camino. Desde que por primera vez sus pies se pusieron sobre él, ya no podía estar mucho tiempo sin sentir esa sensación y esa necesidad que embarga a los peregrinos cada cierto tiempo.
Pero, siempre que las cosas son casi perfectas, suele aparecer un pero, tenía verdadero pavor a los perros, era casi una fobia que no sabía como reprimir, porque cada vez que veía a uno de estos animales se quedaba como paralizada y no reaccionaba como a ella le gustaría hacerlo.
Era consciente que ese pánico que sentía, se exhalaba por cada uno de los poros de su piel y el olfato de los perros lo percibía, porque en algunas ocasiones cuando se encontraba arropada por más peregrinos, aunque ella se situara en el centro del grupo, el perro siempre se acercaba hacia donde ella se encontraba.
Había probado todos los sistemas de defensa y protección que la habían recomendado. Un bordón largo con el que amenazar a los perros, un aparato que emitía unos zumbidos que apaciguaban a los animales y no se cuantas cosas más, pero de poco le servían si cuando veía uno de estos animales se quedaba paralizada y la resultaba imposible reaccionar.
También había aprendido a evitar esos perros que a pesar que su dueño aseguraba que no hacían nada, ella sabía que todos hacemos siempre alguna cosa por primera vez y no quería ser ella quien rompiera ninguna norma de sus queridos enemigos.
Pero eran esos miedos que se asumen antes de iniciar cada camino y como las ampollas, un mal necesario que viene de vez en cuando y es necesario saber como sobrellevar.
Ahora afrontaba el Camino Sanabrés y sabía que tarde o temprano se iba a encontrar con algún perro y lo llevaba asumido. Hay algunas zonas en las que los rebaños de ovejas están en cualquier sitio inesperado y los mejores ayudantes del pastor son los canes, por eso estaba más preparada que nunca y quien sabe, quizá esa fobia que sentía, fuera desapareciendo según iban pasando las jornadas.
Un día, se encontró con un pastor que estaba en medio del Camino por donde ella iba a pasar y sacando fuerzas de la flaqueza que tenía, decidió enfrentarse a sus miedos y en lugar de esperar a que el rebaño desapareciera se encaminó hacia donde el pastor se encontraba y al verla llegar, media docena de perros se acercaron hasta donde la peregrina se encontraba conversando con el pastor.
Cristina, trató de ignorarlos, pero el pastor enseguida se dio cuenta que la peregrina miraba con recelo a los animales e intentó consolarla:
-No se preocupe – le dijo el pastor – son inofensivos y unos buenos ayudantes.
-Eso ya lo he escuchado más veces, pero alguna vez dejaran de serlo y no quiero estar presente cuando rompan la norma.
-Na – continuo el pastor como si no escuchara las observaciones que ella estaba haciendo – los tengo porque me ayudan a mantener las ovejas agrupadas y por las noches son buenos vigilantes por si se acerca algún lobo.
Menudo consuelo el que le estaba dando aquel hombre, pensó para sí Cristina, ahora no solo debía preocuparse por los perros que le salieran al camino, en aquella comarca también había lobos y para eso no estaba preparada ni creía que lo estuviera nunca.