almeida – 30 de Julio de 2015.
En nuestro camino, siempre hay esos momentos especiales en los que ocurre algo diferente que se llegan a recordar durante mucho tiempo y cada vez que vienen a nuestra memoria lo hacen de una forma muy especial.
También en la vida del hospitalero hay esos momentos que son imborrables porque ocurren en contadas ocasiones y cuando esto pasa, te hacen ver que vas en la buena dirección.
El peregrino que llega al albergue es una persona anónima a la que recibes lo mismo que a los que han llegado antes, nadie generalmente en este primer contacto te hace ver que es diferente, solo con el paso de las horas vas percibiendo lo que cada uno lleva en su interior y en muchas ocasiones no llega a ocurrir ni tan siquiera esto.
Llegaron al albergue dos peregrinos que podían pasar por hermanos, uno contaba 29 años y el otro 19 y me dijeron que esperaban a un tercero que venía retrasado y era otro joven que no había cumplido aún los 20 años.
Al registrarles pude darme cuenta que no eran familiares ya que los apellidos de ninguno de los tres coincidía, por lo que pensé que serían tres amigos que se habían animado a hacer juntos el camino.
El mayor de todos hablaba bien castellano y fue el que iba traduciendo a los otros dos las normas establecidas en el albergue y los horarios que se seguían.
Cuando le dije que la cena comunitaria se celebraba a las ocho, me comentó que deseaba asistir a misa, aunque también quería compartir la cena con los demás peregrinos y como era sacerdote, pidió permiso para celebrar una misa en cualquier lugar del albergue con los peregrinos que desearan asistir.
Le dije que me parecía una idea estupenda y meses antes, otro peregrino también polaco y sacerdote había celebrado una misa en el lugar donde se encuentran los pesebres en el patio del albergue y si a él le parecía bien, podía ser el lugar idóneo para hacerlo.
Se dispuso todo para celebrar esta misa y una hora antes de la cena ya se encontraba con los hábitos para la celebración en el mismo lugar en el que anteriormente se había consagrado el albergue.
Contaba con la ayuda de los dos jóvenes que venían con él, pero quiso celebrar la misa casi íntegramente en castellano y se esforzó para hacerse comprender siguiendo la liturgia en un idioma no habitual para él.
Fue uno de esos momentos especiales que en ocasiones ocurren en el albergue y que van dejando esa esencia que muchos peregrinos depositan allí donde van y seguramente parte de ella, los que vienen por detrás van a poder sentirla y percibirla.