almeida – 20 de junio de 2014.
Nada más verle entrar en Santuario, pensé que se había equivocado y su sitio no estaba allí. Wolfgang era un joven alemán de unos veinte años que tenía un aspecto muy extraño, nada excepto la mochila que llevaba, te hacía suponer que era un peregrino.
Imaginé que si alguna noche me lo hubiera encontrado por cualquier calle de una gran ciudad, seguramente hubiera cambiado de acera ya que cuando le veías, aunque fuera de lejos, imaginabas que podría reaccionar de cualquier forma.
Venía con otro joven cuyo aspecto era normal, uno más de los que allí se encontraban. Algunos de los que allí se alojaban le saludaban con la mayor cordialidad, por lo que me tranquilicé porque al menos era un peregrino que estaba haciendo el Camino como lo ratificaban los saludos que otros le daban.
Era un joven muy alto y su complexión era fuerte, su cara era bastante agraciada pues las facciones resultaban agradables y cuando le mirabas veías unos ojos que semejaban el cielo por la claridad que reflejaban, pero eso era cuando podías verle los ojos ya que la mirada se desviaba siempre a su aspecto, su barba de color mostaza estaba desaliñada y era muy abundante, imaginé que no se la había recortado desde que comenzó a crecerle.
Pero sobre todo, llamaba la atención su pelo, era también de un color pelirrojo y era muy largo, lo tenía trenzado al estilo de los rastas del caribe y en lugar de que los mechones cayeran sobre sus hombros, se lo había recogido con algún tipo de gomina o fijador especial ya que era imposible que la cinta que llevaba en su frente, pudiera mantener el equilibrio en el que aquellos pelos se encontraban.
Como en una ocasión me dijo un peregrino que no quería dormir en los albergues porque su aspecto le delataba ante los demás; si en Santuario hubiera desaparecido algo (situación que nunca se dio, al menos mientras estuve) estoy convencido que todas las miradas se hubieran posado en Wolfgang.
Aunque no me gusta prejuzgar, no pude evitarlo y esa tarde estuve más que otras en el patio para analizar su comportamiento y convencerme, una vez más, que en ocasiones las cosas no son como parecen y la primera impresión no es siempre la más acertada.
Wolfgang estaba en una de las mesas que había en el jardín, se encontraba solo, abrió un libro y estuvo casi una hora leyendo, luego saco de un pequeño bolso que llevaba al hombro un cuaderno y se puso a escribir, estuvo casi otra hora, imagino que recogiendo todas las sensaciones que le había proporcionado esa jornada del Camino o quizá hablara de mí en las notas que escribía y estaba juzgando mi comportamiento.
Cuando los peregrinos subieron a ver la ermita que había en la montaña, él también se unió al grupo y yo que quería ver sus reacciones fui con ellos.
Wolfgang recorrió el camino que separaba Santuario de la ermita hablando con una peregrina de avanzada edad, no sabía lo que estaban hablando, pero me parecía que él lo hacía con mucha dulzura ya que su voz sonaba de esa manera.
En la ermita fue uno de los que mejor comportamiento tuvo pues en todo momento se mostró con el respeto que se debe guardar en cualquier templo.
Fue de los que más participó cuando se fue preparando la cena y aunque era de los más callados, cuando terminaba la tarea que se le había encomendado, enseguida estaba dispuesto para hacer una nueva y demandaba más cosas que hacer.
También en la oración en la pequeña capilla, su comportamiento fue especial porque en todo momento su corrección destacaba sobre el resto de los peregrinos y cuando tuvo que leer una nota con el deseo que había dejado algún peregrino, su voz sonaba nítida, muy clara y a la vez era casi bonita.
Me había llamado la atención que durante todo el día no le había visto encender ni un solo cigarrillo, mientras que los que se encontraban con él fumaban casi sin parar, a la hora de la cena, los más jóvenes escanciaron varias veces vino en sus vasos pero Wolfgang solo bebió agua.
Cuando bajamos de la oración algunos peregrinos salieron a la puerta de Santuario a fumar un cigarrillo, tomar el fresco o simplemente conversar, pero Wolfgang fue de los que se dirigió a la cocina y estuvo fregando con otros peregrinos lo que se había utilizado en la cena. Algunos se fueron turnando para que entre todos fuera menos trabajo el que tenían que hacer, pero Wolfgang permaneció hasta que se dejó todo recogido con cada cosa en su sitio, solo en ese momento salió también a la puerta para sentarse unos minutos en una silla y contemplar la noche espectacular en la que ya comenzaban a destacar las estrellas en el cielo.
Por la mañana, cuando todos los peregrinos comenzaron a marcharse, Wolfgang vino donde nos encontrábamos los hospitaleros y nos agradeció la atención y el desvelo con el que hacíamos nuestra labor para que los peregrinos tuvieran más fácil su peregrinar.
He de confesar que me quedé gratamente sorprendido con el comportamiento de este joven que me ratificó una vez más que no hay que juzgar a nadie por la primera impresión que suelen ofrecernos.