Almeida – 3 de abril de 2014.

Cuando Jacinto llegó al albergue de peregrinos de Tábara, podía percibirse en sus ojos ese brillo especial de quien espera reencontrarse con algo que se ha ido convirtiendo con el paso de los años en una obsesión y es consciente que el sueño se encuentra a punto de verse realizado.

A sus casi siete décadas, los recuerdos se van mezclando en el interior de su cabeza, aunque los que prevalecen a cuatro jornadas de encontrarse de nuevo en su tierra son aquellos de la niñez tan lejana, pero ahora tan fresca en su memoria.

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Cuando contaba ocho años, las penurias hicieron que sus padres tuvieran como muchos otros que emigrar. Dejaba sus calles compostelanas para establecerse en un país caribeño y la emoción inicial de ir a un lugar tan lejano, pronto fue dando paso a esa añoranza en la que los días grises de la capital gallega, venían a su mente como en un sueño.

Siempre pensó que algún día regresaría de nuevo, pero primero el trabajo, más tarde la familia y compromisos de todo tipo, fueron haciendo que este reencuentro se demorara mucho más de lo que él deseaba.

Fue imaginándose en muchas ocasiones como sería ese reencuentro con su niñez y cuando lo hacía, siempre la imagen que con más fuerza venía a su mente, era cuando se encontraba jugando en las calles de Santiago y veía de vez en cuando pasar a algunos personajes diferentes a los que diariamente encontraba, más tarde supo que eran peregrinos que venían de todos los lugares del mundo para ver la ciudad en la que había nacido.

Nunca le había dado importancia a los peregrinos, los observaba como seres un tanto extraños, pero con el paso del tiempo y la añoranza de volver algún día, la imagen del peregrino y sobre todo conocer las motivaciones por las que caminaban muchos kilómetros fue convirtiéndose en ese deseo que quería también experimentar.

Cuando iba llegando el momento de la jubilación, pensó que también había llegado ese momento tan esperado, cuando por fin iba a poder cumplir su sueño y lo haría de peregrino, entraría en las calles de la ciudad que le vio nacer como lo hacían aquellos que recordaba cuando era pequeño.

Había comenzado a caminar en Sevilla y mientras recorría la vía de la Plata, fue sintiendo esas cosas inexplicables que sienten los peregrinos mientras hacen su Camino y ahora comprendía lo que aquellos extraños personajes sentían, porque él, también estaba observando en sus ojos ese brillo que a veces pudo observar en alguno de ellos.

Ya se encontraba en el Camino Sanabrés y en cuatro jornadas pondría sus pies en las añoradas tierras gallegas y mientras Jacinto compartía estas sensaciones y emociones con quienes nos encontrábamos en el albergue de Tábara, pudimos ver como la emoción le hacia detenerse en alguna ocasión antes de seguir hablando y cuando finalizo, alguna lágrima resbalo por sus mejillas. Imagino que era cuando se imaginaba en la Plaza del Obradoiro mirando las agujas de la Catedral y viéndose de pequeño corretear por aquellas calles.

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