almeida – 12 de mayo de 2014.

Era una de esas peregrinas que disfrutaba saboreando el Camino a su manera. No tenía ninguna prisa por llegar porque quería prolongar lo más posible cada día que recorría el Camino y siempre que veía alguna cosa o una persona diferente se detenía para extraer de ella todo lo que pudiera aportarle.

Eran esos momentos que luego, cuando se encontraba lejos recordaba casi siempre con una mueca de agrado a pesar que en algunas ocasiones, le llegaron a producir contratiempos con los que no contaba inicialmente.

En una ocasión, llegó a una de las aldeas más pequeñas que se iba a encontrar en ese Camino que estaba recorriendo. Como siempre, era de las últimas personas en llegar y ese día, habían llegado tantos peregrinos que enseguida completaron las plazas que había en el albergue.

Pero, la peregrina ya estaba acostumbrada a estas situaciones, no era la primera vez que le ocurría y en unas ocasiones seguía caminando un poco más hasta el siguiente pueblo o buscaba alojamiento en un lugar distinto al albergue, aunque le cobraran un poco más.

Ese día, se encontraba muy cansada, la jornada había sido excesivamente dura y no podía dar ni un paso más, por lo que al encontrar el albergue lleno, se fue al único alojamiento privado de aquella aldea.

Le dijeron que la casa rural se encontraba lo mismo que el albergue, no había ni una sola plaza, por lo que le aconsejaban caminar una hora más a ver si en el siguiente sitio tenía más suerte, pero las fuerzas de la peregrina no le permitían dar un paso más y se derrumbo, rompió a llorar de una manera descontrolada ante la contrariedad que esa jornada le había deparado.

La responsable de la casa rural, viendo que la peregrina se venía abajo, la dijo que en ocasiones especiales se hacía una excepción y una habitación que había para momentos muy concretos y que casi nunca se abría, en esta ocasión sería para ella.

Cuando fue a pagar, no tenía dinero por lo que saco su tarjeta de crédito, pero en la antigua casa no disponían de datafono para la tarjeta y en el pueblo tampoco había ninguna entidad bancaria en la que poder extraer lo que necesitaba para pagar esa noche.

Mientras contemplaba como los que habían llegado delante de ella disfrutaban de unas frescas cervezas en una de las terrazas que se veía desde la ventana, la peregrina maldecía la mala suerte que estaba teniendo, no era posible tantas desdichas juntas y que todas le tocaran a ella.

El desconsuelo de nuevo se adueño de ella y en esta ocasión se derrumbo al ver que todas las contrariedades que uno puede encontrarse en el camino se estaban juntando para impedir que obtuviera ese merecido descanso y las lágrimas arreciaron de una forma incontrolada.

Pero, como dicen los peregrinos, “Santi, siempre provee” y en esta ocasión, no iba a ser menos. La buena señora cogió del brazo a la peregrina tratando de consolarla y la llevó hasta un cuarto en el que guardaba los trastos que no se utilizaban con frecuencia y entre las cosas que guardaba detrás de los libros que había en una estantería, se encontraba una de esas antiguas bacaladeras que servían hace años para pasar las tarjetas y con ella pudieron formalizar el pago para que la peregrina descansara el día que más lo necesitaba en su Camino.

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