almeida – 12 de mayo de 2014.
Cuando fui a Santuario para estar dos quincenas recibiendo a los peregrinos y tratando de que su estancia allí fuera lo mas agradable posible, Txema, un buen amigo, pasó uno de los días conmigo en aquel lugar que para los dos resultaba tan entrañable.
Txema, es uno de esos peregrinos, que como si se tratara de una potente vitamina imprescindible para seguir adelante, necesita el contacto con el Camino para sentirse bien, no concibe pasar muchos meses sin que sus pies recorran alguno de los tramos de este sendero mágico.
Me comentó que dispondría de unos días para caminar, se iría en autobús hasta tierras navarras y volvería caminando hasta Santuario, allí se quedaría un par de días durante los que podría disfrutar de su compañía.
Una semana después me llamó por teléfono, no se encontraba bien, el contraste de los días calurosos y las frescas noches, le habían ocasionado un fuerte resfriado. La fiebre, que empeoraba por las noches, había mermado su capacidad y su resistencia para seguir caminando.
Fuimos a recogerle con el coche, pero antes, pasamos por otro albergue para recoger un hospitalero, también se encontraba en malas condiciones ya que se había producido una lesión importante en la mano derecha.
Le comentamos a Txema el incidente que había ocurrido y se ofreció para cubrir la baja de este hospitalero, aunque como sus condiciones tampoco eran las mejores, decidimos que lo más aconsejable era que primero él se recuperara y para eso no había un sitio mejor que Santuario, allí podía descansar y cargarse de esa energía positiva que tanto necesitaba.
Veía que la fiebre y el cansancio muscular no remitían, por lo que después de darle muchas vueltas, consideró que lo mejor era regresar a su casa y allí la recuperación sería más rápida.
Para desplazarse a Andalucía tenía que hacer obligatoriamente un trasbordo en Madrid, contaba con dos opciones para llegar hasta la capital, coger un autobús desde donde nos encontrábamos hasta la ciudad y desde allí otro hasta Madrid o acercarnos al pueblo de al lado donde todas las mañanas pasaba un autobús que hacía el trayecto desde Pamplona a Madrid sin ningún trasbordo.
Esta parecía la mejor opción, aunque no siempre estaba garantizado que hubiera plazas, pues si no se había sacado previamente el billete, se corría el riesgo de que el autobús fuera completo. Los billetes solo se podían sacar en alguna de las taquillas que había en origen o destino de la línea o a través de Internet porque en el pueblo no había posibilidad de hacerlo.
Nos arriesgamos y fuimos con la esperanza de que ese día no viajaran muchas personas y pudiéramos disponer de una plaza para Txema.
Nada más llegar a la parada, nos percatamos que iba a resultar tarea imposible conseguir una plaza libre. Al menos veinte jóvenes de algún colegio, estaban esperando la llegada del autobús; además, había casi otra docena de personas con las mismas intenciones.
Txema me dijo que tendríamos que olvidarnos de conseguir un asiento libre, aquellas personas, aunque el autobús fuera casi vacío, iban a copar la mayoría de los asientos.
Le dije que Santi siempre proveía para los buenos peregrinos, esperaríamos y quizás viniera vacío o llegaran dos autobuses y, si no era así, siempre teníamos la opción de ser yo quien le llevara hasta la ciudad; allí cogería el autobús o el tren hasta Madrid. No era lo que deseábamos, pero era la opción menos mala.
Escuché como una de las profesoras se encontraba hablando con una persona con una chaquetilla de una compañía de autobuses y les pregunté si había alguna opción de sacar un billete o si sabían si vendría más de un autobús.
No supieron responderme a la segunda pregunta, la primera era obvia, ya que no había a la vista ninguna taquilla en la que sacar el billete.
Al cabo de unos minutos, una de las profesoras se acercó hasta donde nos encontrábamos y nos dijo:
—Si hubiera sido solo para uno, yo les hubiera podido proporcionar el billete de uno de los profesores que nos ha fallado, pero como sois dos, no puedo hacer nada.
—¡No! —es solo para él —dije señalando a Txema —yo me quedo aquí.
-Pues si es solo para uno, podéis contar con él —dijo la profesora entregándonos uno de los ticket.
Observé como algunas miradas de envidia se dirigían a nosotros, incluso uno de los que estaban esperando se atrevió a decir en voz alta que él también iba solo y que estaba esperando antes que Txema, pero la profesora no le escuchó o fingió no oírle.
Mientras llegaba el autobús, Txema y yo comentamos estas cosas tan curiosas y en ocasiones inexplicables que suelen ocurrir en el Camino, donde Santi siempre provee en los momentos más difíciles y que al final, lo que tiene que ser, acaba siendo.