almeida – 29 de mayo de 2014.

Avanzaba la tarde y las primeras gotas de agua comenzaban a desprenderse de las nubes cuando a lo lejos, vimos que alguien se acercaba al albergue. Daba la impresión de ser uno de esos peregrinos rezagados que camina lentamente y como la tormenta parecía inminente, le apremiamos para evitar que el fuerte chaparrón que se avecinaba, le cogiera antes de estar resguardado bajo el techo del albergue.

Salimos a su encuentro para ayudarle a desprenderse de la mochila y lo primero que nos dijo era que no venía como peregrino, era peregrino porque en varias ocasiones había recorrido este y otros caminos, pero ahora no se encontraba realizando una peregrinación, estaba avanzando para no encontrarse parado en un sitio y como no disponía de nada, la única forma en la que podía hacerlo, era con el impulso de sus pies.

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Le apremiamos para que accediera al interior del albergue y nos dijo que no deseaba molestar, únicamente quería saber si le permitiríamos estar a cubierto mientras la lluvia cesaba, pero sin ocupar el espacio que un peregrino pudiera necesitar.

Vestía con ropas muy humildes y se apreciaba que el desgaste en las prendas era ostensible, pero a pesar de ello, daba una sensación de limpieza y pulcritud que no era habitual ver entre los que ocupaban el albergue.

Juan se disculpó por haberse presentado allí, pero al ver la amenaza de lluvia, descartó la idea inicial de pasar la noche en el pórtico de la iglesia o en una plaza del pueblo, era consciente que el albergue era solo para los peregrinos y no quería estar en un espacio que no le correspondía.

Le aseguré que la hospitalidad, es para quien la necesita y por lo que estaba viendo, él, la necesitaba seguramente más que los que se encontraban en el albergue.

Mientras preparábamos la cena a la que le invité a compartirla con nosotros, Juan me fue contando como transcurrían los días de su vida.

Era una persona bastante culta, que empleaba cada palabra de una manera muy precisa y en alguno de los temas de conversación que fueron surgiendo, se apreciaba que conocía muy bien cada cosa de las que hablaba y participaba en todas las conversaciones que se mantenían entre los peregrinos que en ese momento se encontraban en la cocina del albergue.

Según nos fue detallando sin ningún tipo de acritud, como si hubiera tenido que ocurrir de esa forma, la vida le había dado unos reveses importantes porque se había quedado sin trabajo como muchos otros y una vez que fue perdiendo las reservas que tenía para emergencias, se vio abocado a depender de los servicios sociales que había en los diferentes lugares a los que llegaba.

Sabía que en la ciudad en la que vivía, era muy difícil que le surgiera un empleo porque había muchas gente en las mismas condiciones que él y en lugar de quedarse quieto decidió seguir avanzando, no llevaba un rumbo fijo, pero era consciente que no podía quedarse quieto porque si lo hacía, comenzaría a dar vueltas a la situación en la que se encontraba y agravaría su estado porque además de la precariedad que tenía se enfrentaría a la depresión que le producía no disponer de nada.

Aunque según nos contaba, tenía lo que necesitaba cada jornada para seguir viviendo, porque donde menos se lo esperaba, como le había ocurrido ese día, siempre surgía lo inesperado que le ayudaba a seguir adelante, en cambio había personas en peores condiciones que él que no tenían ni sus necesidades básicas cubiertas.

Tampoco en el campo podía encontrar alguna ocupación porque había comprobado que estaba todo el trabajo que surgía, estaba controlado por cuadrillas que se habían ido formando de los países del este o del norte de África y habían establecido un circulo cerrado en el que no se permitía que entrara nadie diferente.

Según estábamos cenando, la lluvia arreció de una forma importante y todos miramos a Juan, pensando de la que se había librado, pero este en lugar de lamentar el mal estado del tiempo, aseguró alegrarse, porque según decía, para los campesinos aquella lluvia representaba una esperanza para que la nueva cosecha que estaba por salir lo hiciera con esa fuerza que tanto se necesitaba en las fechas en las que nos encontrábamos.

Fui analizando cada una de las cosas que Juan decía y me pude dar cuenta que era una de esas personas positivas que raramente nos encontramos en la vida, las que saben contemplar la botella siempre medio llena y de cada experiencia que va teniendo, extrae siempre la parte positiva que es la que le permite seguir avanzando cada día.

Creo que esa jornada, el albergue tuvo más sentido que nunca, porque allí se encontraba un peregrino, aunque no estuviera haciendo el Camino. El peregrino siempre se diferencia de los demás por querer seguir avanzando y la hospitalidad que se ofreció a quien ese día más la necesitaba, tuvo más razón de ser que en todos los días anteriores que llevaba en aquel lugar.

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