almeida –16 de noviembre de 2017.

Siempre que me encontraba cerca de algún albergue en el que había estado anteriormente como peregrino o como hospitalero, si no tenía que desplazarme muchos kilómetros, me gustaba acercarme hasta ese lugar para saludar a quienes allí se encontraban.

Seguramente conocería  a los hospitaleros y si no era así, siempre me daba la oportunidad de conocer a nuevos compañeros con los que más pronto o más tarde tendría que coincidir.

Estaba cerca del último albergue en el que estuve como hospitalero durante una quincena y del que guardaré algunos de los mejores recuerdos que tengo del Camino. Las vivencias fueron continuas y cada una de ellas superaba a las anteriores, por lo que me acerqué para pasar unas horas con los que allí se encontraban.

Era la hora de comer y el hospitalero habitual se encontraba en la cocina dando los últimos toques a lo que había en la cazuela. Todavía no se había abierto la puerta para que entraran los peregrinos, aunque ese día aún no había llegado nadie y si se sentía la presencia de alguno, se le abría y se le invitaba a compartir la mesa.

Llamé con los nudillos golpeando varias veces la madera y enseguida escuché unos pasos que procedían de la cocina e iban avanzando por el pasillo, se detuvieron frente a la puerta y ésta se abrió.

-Hola, soy Ismael, el hospitalero – me dijo un joven mientras estiraba su mano para saludarme.

-Encantado Ismael, no nos conocemos, pero también soy hospitalero voluntario y hace poco más de un mes estuve aquí quince días haciendo la misma labor que tú estás realizando.

-Pues llegas a la mejor hora, estamos terminando de hacer la comida y si no has comido todavía, puedes acompañarnos y compartir lo que hay con nosotros.

-Encantado – le dije – mientras caminaba detrás de él en dirección a la cocina.

Ismael era un hospitalero que destacaba sobre todos los que había conocido anteriormente. Se trataba de un joven que aún no había cumplido los treinta años y tenía un porte muy elegante. Además de vestir buenas ropas de marca a diferencia de las prendas deportivas que llevamos la mayoría de los hospitaleros, éstas le sentaban muy bien y su metro noventa las hacía destacar de una forma especial. Físicamente resultaba muy agraciado, ese príncipe que muchas peregrinas esperan encontrar en su camino, lo que me hizo imaginar que la mayoría de las que llegaran al albergue se pasarían buena parte del día observándole.

Pero todos estos pensamientos se fueron de mi mente al llegar a la cocina y ver al viejo hospitalero que al verme se levantó de la silla y me obsequió con uno de esos abrazos tan emotivos que solo algunas personas saben ofrecer.

En la estancia, se encontraba otro hospitalero de unos cuarenta años y tras las presentaciones de rigor, fuimos poniendo la mesa en el comedor y nos dispusimos a comer los cuatro juntos.

He de confesar que en estas situaciones, siempre me transformo, el ambiente que se respira en algunos albergues es muy especial y en éste que me encontraba, era incluso diferente a esos lugares tan especiales.

La conversación no menguó en ningún momento, cada vez que algunos peregrinos y hospitaleros estamos reunidos, la conversación además de ser muy fluida resulta muy amena y en ocasiones, nos olvidamos un poco de la cortesía, no dejamos meter baza a quienes se encuentran con nosotros.

Como suelo hacer frecuentemente, para satisfacer mi curiosidad, me interesé por los sitios en los que habían ejercido la hospitalidad. Siempre tengo esa curiosidad, en función de los albergues en los que hayan estado, me voy formando una idea de cómo es mi interlocutor y si hemos coincidido en algún albergue, hablamos sobre esas personas que ambos conocemos.

Ismael, me sorprendió, me confesó que él no había hecho nunca el Camino, aunque después de la experiencia que estaba teniendo ejerciendo la hospitalidad, lo había apuntado en su lista de temas pendientes. Tampoco había estado en ningún albergue como hospitalero, era la primera vez que había estado realizando esta labor que le estaba aportando muchas cosas que le iban a venir muy bien en el futuro, estaba conociendo a las personas en una faceta desconocida para él.

El viejo hospitalero, me dijo que Ismael era un seminarista compañero de Juan, el otro hospitalero que ya había estado en varias ocasiones en el albergue y éste le había hablado tanto de la hospitalidad que había decidido comprobar personalmente cuanto su compañero le decía.

-O sea, ¿que te vas a hacer cura? – balbuceé un tanto sorprendido.

-Sí – me respondió Ismael – llevo más de un año en el seminario y mi intención es ser sacerdote para encargarme de las almas de mis semejantes.

Aunque no le conocía lo suficiente para interesarme por la motivación que le había llevado a tomar aquella decisión, tampoco deseaba quedarme con la duda. Unas horas después me marcharía y sabía que si no satisfacía esta curiosidad siempre estaría pensando en la oportunidad perdida.

Le hablé de mi afición por conocer historias vinculadas al Camino y como me gustaba escribir sobre ellas, estaba convencido que la suya tenía que resultar muy interesante y si no tenía inconveniente, me gustaría conocerla.

El joven ya tenía algunas referencias mías. El viejo hospitalero le había hablado de mí y le había mostrado alguna de las cosas que escribía, por lo que me dijo que no tenía ningún inconveniente. Además su historia podía servir para aclarar algunas mentes que como la suya, en un momento de su vida estuvieron algo confusas.

Procedía de una familia católica tradicional, una más de las muchas que había en la sociedad de cada ciudad o en cada pueblo de este país. Había estudiado la carrera de derecho y cuando finalizó sus estudios, sabía perfectamente cuál sería su futuro, se establecería en un bufete y se ganaría la vida como abogado y tendría una familia, eso era lo que más deseaba y lo que colmaría todas las aspiraciones que tenía.

Estuvo ejerciendo su profesión durante cinco años, pero en ese tiempo, la sociedad en la que vivía y algunos casos que le tocó defender en el bufete le hicieron ver la realidad de la condición humana en donde los valores estaban desapareciendo siendo suplidos por otros más materialistas. Las tradiciones que habían forjado una sociedad estaban desapareciendo, la afectividad, la gratitud, le generosidad no las veía por ningún lado lo que le hizo comprender que todo estaba cambiando y él debía adaptarse a estos cambios en los que primaban otras cosas como el poder y la acaparación de bienes y si no lo hacía de esa forma, era difícil que pudiera encontrar la felicidad, sería marginado y diferente al resto de las personas con las que habitualmente convivía.

Fue haciendo una vida en la que se iba adaptando a lo que le rodeaba, los objetivos eran ser feliz con sus amigos con los que habitualmente salía, formar una familia con alguna de las jóvenes con las que salía y tener hijos y verlos crecer junto a los de sus amigos. Eso era lo que aspiraba a conseguir algún día porque le daría la estabilidad que necesitaba para satisfacer todas sus necesidades.

El cambio comenzó a producirse cuando le dieron la noticia que su abuela había fallecido. Representó para él un mazazo porque la quería desde que tenía uso de razón. Se había criado casi con ella y aunque sabía que por la edad avanzada que tenía, estaba muy cercano este día, nunca se había preparado para ello y lo lamentó profundamente.

Cuando se encontraba frente al cadáver de su abuela, inconscientemente cogió en sus manos el rosario y un misal que había encima de la mesa. El misal era de la Academia Militar a la que había pertenecido su abuelo y cuando éste falleció, su abuela lo tenía constantemente entre sus manos y periódicamente lo abría de forma aleatoria, leía algo durante un minuto y luego reflexionaba durante bastante tiempo sobre lo que había leído.

Ismael, imitando a su abuela, abrió el misal, pero su mente no estaba para leer en esos momentos, solo pensaba en el cadáver que estaba frente a él y lo buena persona que había sido mientras estuvo viva.

Antes de cerrar el misal, puso el marcador entre las páginas por donde había sido abierto y lo volvió a cerrar manteniéndolo en sus manos.

Guardó aquellos recuerdos de su abuela en el bolsillo de su chaqueta y los llevó a su casa, era un recuerdo que deseaba conservar y lo tendría entre los libros de leyes y alguna novela que había en la biblioteca de su casa.

Durante mucho tiempo, no volvió a acordarse de aquel libro, aunque el recuerdo de su abuela era constante y cuando lo hacía, solía acariciar con sus dedos las cuentas de ese rosario que casi siempre llevaba en uno de sus bolsillos.

El día que se cumplía el aniversario de la muerte de su abuela, los recuerdos hacia su ser querido, fueron más intensos y se acordó del misal que estaba entre gruesos libros de leyes, lo cogió y se sentó en una butaca mientras recordaba aquel ser tan especial para él.

Cuando lo abrió, lo hizo por las mismas páginas que lo había cerrado aquel día lejano en que lo tuvo en sus manos, el marca paginas no se había movido. En esta ocasión sí leyó lo que había escrito en aquellas páginas.

Se trataba de una parábola del Evangelio según San Mateo, la del joven rico. Cuando Ismael la leyó, se vio identificado con cada una de las palabras que allí se ponían. Era todo lo que le estaba pasando a él y sobre todo lo que tanto le estaba atormentando. Leyó y releyó aquel pasaje y cuanto más lo leía, más identificado se sentía con lo que allí ponía y se dio cuenta que aquello era una señal. Jesús a través de aquellas palabras le estaba llamando y en esos momentos de su vida no podía rehuir aquella llamada, no podía decir que no, porque estaba seguro que aquellas palabras habían sido escritas para que él las leyera y viera esa luz que las tinieblas no le permitían observar.

Los días siguientes fueron de una lucha interior muy fuerte, se había acomodado tanto a una vida que le resultaba cómoda y a la vez la detestaba. Pero comenzaba a darse cuenta que no podía hacer oídos sordos a lo que había leído, a esa llamada tan directa que le habían hecho.

No tuvo muchas dudas, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pero debía plantearse cómo afrontar todos los inconvenientes que se le presentaban, debía establecer un meticuloso plan para dar a conocer a todos la noticia y dirigir su vida hacia donde ésta ya se encontraba encaminada.

Su familia lo asumió bastante mejor de lo que esperaba, aunque pusieron bastantes reparos a cuanto Ismael le planteaba, pero éste contaba con las suficientes tablas para vencer cada una de las reticencias con razonamientos comprensibles. Como sus seres queridos le conocían de sobra y solo deseaban su felicidad y no cabía duda que veían el cambio que se había producido en él en los últimos días, además de animarle le apoyaron para que llevara adelante su nuevo proyecto de vida.

Lo más difícil fue convencer a sus amigos, estos nunca se hubieran imaginado el paso que Ismael les estaba comentando que iba a dar. La mayoría le veía encerrado en un monasterio o enclaustrado en una iglesia en la que estaría aislado del mundo. Eso no era la felicidad para sus amigos, él, un joven tan alegre y sobre todo moderno, no podía encerrarse para el resto de su vida en un lugar tan lúgubre como el que había elegido.

Pero le vieron tan convencido de lo que estaba dispuesto a hacer, que las reticencias a su deseo fueron disminuyendo con el paso de los días y sobre todo con las explicaciones que su amigo les daba y sobe todo con la felicidad que veían reflejada en su cara mientras lo hacía.

Se fue al seminario de su ciudad para solicitar el ingreso y no le pusieron ninguna objeción, le dieron todas las facilidades porque no era habitual que personas tan jóvenes y sobre todo tan preparadas solicitaran el ingreso para reconducir su vida en una vocación que cada vez está desapareciendo más de la sociedad.

Ahora después de algo más de un año, es muy feliz con la nueva vida que ha elegido porque sabe que la va a dedicar a lo que más le gusta que es servir a los demás sin esperar nada a cambio, solo obtener la satisfacción personal de ser feliz con lo que se encuentra haciendo.

He de confesar que aquella historia me dejó un tanto sorprendido, aunque luego pensándolo bien, tampoco tenía que haberme extrañado al ver el brillo en los ojos de aquel joven mientras me iba relatando este cambio que se había producido al descubrir una vocación tardía.

Siempre que he estado con un sacerdote, una de las cosas que ha venido siempre a mi mente es el sacrificio que estas personas tienen que hacer al cumplir algunos de los votos que hacen, sobre todo el de la castidad. Como estábamos en una conversación distendida, no quise quedarme con la duda y se lo pregunte abiertamente.

-¿Y no echas de menos a las mujeres, acaso no te gustan?

-Es una de las cosas que más echo en falta, las mujeres me encantan y me han gustado siempre, pero cuando pienso en ellas y sigo haciendo lo que hago, compruebo que renunciar a ellas, reafirma la vocación que siento porque antepongo una de las cosas que más me gustan a lo que he elegido como forma de vida.

Reconozco que me sorprendió esta respuesta, también a mí me reafirmó la vocación que aquel joven tenía con el futuro que había elegido y sobre todo, también yo le vi muy feliz mientras me contaba esta historia.

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