Aunque Pascal no había olvidado su promesa, ya no la tenía en mente con tanta frecuencia como antes, hasta que un caballo le dio una coz a su hijo en la frente y estuvo desmayado varias horas. Durante esas interminables horas, lo único que aparecía en la mente de Pascal era la promesa incumplida; por eso, en el momento en que su hijo se recuperó, decidió no demorar más tiempo lo que debía hacer y se dispuso a ir hasta Roma para cumplirla.
Inicialmente iba a ir solo; pero Sophie, que había oído hablar de la tumba de uno de los discípulos del Maestro, le propuso ir hasta el fin de la tierra y acompañarle. Pascal descartó la propuesta aunque sabía lo convincente que en ocasiones llegaba a ser su mujer y acabó cediendo a sus deseos. De esta forma estaban conociéndose de una forma que antes no lo habían hecho y ninguno de los dos se arrepentía de la aventura que acababan de emprender.
Al resto de las mujeres les pareció una hermosa historia, todas comentaron que sería muy bonito poder llegar juntas hasta el final del camino que habían emprendido, las cuatro se postrarían ante los restos del santo y después de ese viaje iniciático, esperaban que sus vidas cambiaran.
La conversación de los hombres era más sencilla y vulgar que la de las mujeres, apenas se interesaron por la procedencia y las motivaciones de cada uno para afrontar aquella experiencia que estaba cambiando sus vidas, consideraban que su existencia debía mejorar y no deseaban recordar el pasado. La mayor parte del tiempo la dedicaban a hablar sobre la situación en la que se encontraban los campos por los que pasaban y la debilidad de las cosechas que apenas daban para mantener a quienes se esforzaban labrando las tierras. Los campos se encontraban muy secos por los efectos de la falta de agua que no permitía que las plantas llegaran a crecer. En el momento que emergían de la tierra se secaban y los frutos no maduraban, aunque según iban llegando más al sur daba la impresión que la humedad hacía que crecieran un poco más. Pero cuando se detenían para observar un campo se daban cuenta que tampoco habían adquirido la consistencia necesaria para alimentar a las hambrientas bocas que esperaban ansiosas la recolección.
Bernard, viendo la escasez de recursos que tenían sus compañeros de viaje, en ocasiones iba con Pascal hasta el pueblo más próximo donde se detenían a pasar la noche y adquirían alimentos para todo el grupo, ellos disponían de recursos que les permitía ser generosos con las dos familias que les habían acogido, era su forma de agradecerlo y sentirse todos una gran familia, ya que después de varios días juntos compartían todas las alegrías y las penurias que les deparaba cada jornada.
Durante los días que caminaron juntos, solo en una ocasión tuvieron que superar un control de la guardia, pero ésta, al ver que eran peregrinos, apenas se fijaron en ellos y solo hacían un examen más exhaustivo a las parejas que caminaban en solitario.
Aunque algunos días Bernard y Marie optaron por acercarse hasta una de las posadas del pueblo, solo lo hicieron cuando Pascal y su mujer iban a descansar en la comodidad de una cama, los demás días durmieron contemplando la inmensidad del firmamento junto a sus compañeros de viaje. Los días eran muy agradables y por las noches no refrescaba mucho, por lo que se agradecía dormir contemplando las estrellas. El estado de Marie fue haciendo que su cuerpo, según pasaban los días, se fuera mostrando cada vez más voluminoso.