
Los siguientes meses fueron pasando de forma monótona para Bernard y el resto de los monjes que veían cómo pasaban los días sin apenas novedades en su vida diaria.
El pequeño Ramiro estaba creciendo de forma ostensible, ya se interesaba por todo aquello que le resultaba desconocido y preguntaba sin cesar poniendo en ocasiones en aprieto a los monjes que muchas veces no sabían qué responderle.
Bernard fue haciendo una planificación de las materias en las que quería que su hijo fuera adquiriendo conocimientos y estableció un calendario semanal que cuando lo tuvo terminado se lo propuso a Rodrigo para que diera su visto bueno.
Todas las materias que el niño debía conocer estaban en aquel programa, ya había aprendido a leer y a escribir, ahora había que irle introduciendo en astronomía, matemáticas, teología, historia, ciencias, etc. Fue hablando con algunos monjes que él consideraba que serían los maestros idóneos para transmitirle sus conocimientos y todas las mañanas los monjes se iban alternando en la educación del pequeño.
Por fin llegó el día de la ordenación de los nuevos monjes que habían estado como novicios en el monasterio y Bernard también iba a hacer los votos que le integraran definitivamente en la Orden.
Fue hasta la casa de Isabel para que ella estuviera presente en este acto tan importante para él, al que solo solían asistir los monjes del monasterio, pero en esta ocasión se hizo una excepción y ella junto a su hijo fueron testigos de su ordenación como monje.
Ese día fue fiesta en el monasterio y se hizo una celebración especial con una comida comunitaria a la que todos asistieron. Bernard desde hacía mucho tiempo se sentía un miembro más de aquella congregación, pero desde ese momento ya trataba a los demás como sus verdaderos y únicos hermanos.
Ahora seguía más atento la educación del pequeño. Quería que cuando fuera mayor y le contara la historia de su vida la comprendiera y se sintiera orgulloso de él, quizá por eso se implicó también en su educación siendo quien le daba las lecciones de historia y por las tardes, cuando se encontraban en el taller, le enseñaba todos los conocimientos que tenía del arte de trabajar la madera, aunque el pequeño se mostraba más interesado en cubrir las tallas con los pigmentos que recogían en el campo haciéndose un experto en las mejores mezclas que conseguían tonalidades que a veces parecía imposible conseguir.
Bernard fue perdiendo la esperanza de que alguna persona de la Orden se pusiera en contacto con él, habían pasado varios años desde que volvió por última vez al monasterio y no había tenido ninguna noticia de los amigos que dejó en el reino de León. Tampoco había noticias de la Orden ya que la eliminación de todos los restos que quedaban de ella fue completa y nadie se atrevió a volver a mostrar públicamente sus símbolos pues temían ser detenidos y apresados.