almeida – 19 de mayo de 2014.
Algo en lo que generalmente suelo coincidir con los peregrinos con los que hablo, es sobre las cosas que nos aporta el Camino, siempre estamos de acuerdo que valoramos como algo muy importante las cosas sencillas y que no solemos tener ningún problema en desprendernos de esas cosas que a veces tenemos en gran estima.
El Camino nos enseña que todo puede resultar prescindible, son muy pocas las cosas que precisamos para seguir adelante y si en alguna ocasión necesitamos algo, siempre el Camino acaba proporcionándolo justo en ese momento en que más lo necesitamos.
En esta vida que nos ha tocado vivir, donde es más el que más tiene, solo queremos acaparar todo lo que podamos, a veces tenemos cosas solo por el hecho de tenerlas, pero podemos pasar años sin darle una utilidad y sin que nos presten ningún servicio, pero no sabemos desprendernos de ellas, es una situación un tanto egoísta ya que acaparamos las cosas solo por el afán de poseer más cosas que los demás, así nos creemos de forma engañosa que somos un poco más importantes.
Por eso, cuando hacemos la mochila para ir al Camino, queremos llevarnos todas las pertenencias que tenemos, sin darnos cuenta que eso es imposible, ya que para hacer el Camino debemos ir, como decía el poeta, “ligeros de equipaje”. Pero corresponde a los demás, porque nosotros somos diferentes, hasta que llega el momento que nos damos cuenta que no podemos seguir adelante y tenemos que ir dejando por el camino todo lo superfluo o enviando a casa todo lo que nos sobra, pues debemos valorar si deseamos seguir teniendo todas nuestras posesiones o lo que de verdad deseamos: seguir avanzando hacia delante.
Cuando nos quedamos con lo justo ya podemos seguir nuestro camino, en ese momento es cuando valoramos las cosas sencillas que llevamos, ya que son las que realmente necesitamos, pero ya no nos sentimos apegados a ellas y si alguien las necesita, estoy convencido que acabamos entregándoselas porque seguro que quien nos las pide las va a necesitar más que nosotros.
Recuerdo como en una ocasión, una peregrina buscaba su vieira, esa que quería que fuera en su mochila durante su peregrinación hacia tierras gallegas y una peregrina más veterana le entregó la suya, esa que llevaba más de diez años con ella y no concebía hacer un camino sin llevar su vieira, era como su tesoro más preciado ya que la había acompañado en todos sus caminos y se encontraba cargada de buenos y malos recuerdos, pero no tuvo ningún problema cuando se desprendió de ella para que una peregrina, que acababa de conocer, fuera la que sintiera todo lo que a ella le había aportado durante todo el tiempo que estuvo colgando de su mochila.
También yo me sentí muy contento, y hasta diría que aliviado, cuando le regalé a un peregrino que acababa de conocer, y estaba haciendo un camino muy especial, una cinta que estaba en mi mochila desde que la puse allí cuando me disponía a hacer mi primer camino. Me había acompañado en todos mis caminos y en la mayoría de los albergues en los que había estado como hospitalero.
Realmente, el desapego de las cosas que más nos importan que vamos aprendiendo en el camino, es algo maravilloso. Cuando sabemos que podemos dejar lo que más deseamos, hemos asimilado bien una de las mejores y más increíbles lecciones que el Camino puede aportarnos.