—Llevamos más de un mes de viaje y aún nos queda más de mes y medio, después de varios años queriendo ir hasta la tumba del apóstol, este año que no está siendo bueno para nadie, hemos decidido no posponerlo más.

Nosotros también llevamos el mismo camino, aunque nos iremos parando en algunos lugares para establecer algunos acuerdos comerciales, pero los siguientes tres días, hasta que lleguemos a Condom, viajaremos en su compañía.

Sean bienvenidos, compartiremos lo que tenemos, nos protegeremos y nos haremos compañía.

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Según iban accediendo a la cabecera del grupo, el clérigo le fue presentando a los componentes de toda la comitiva, la mayoría eran artesanos que estaban agrupados en un gremio y su afinidad era la que les había animado a decidirse a hacer juntos este viaje. Parecían personas de nivel medio tanto económico como cultural.

En el carro llevaban todas sus pertenencias, viajaban montados en caballos la mayoría de los hombres y las mujeres lo hacían sobre mulas.

De los catorce integrantes del grupo había cinco mujeres y el resto eran hombres. Los nuevos integrantes del grupo, a pesar de no comprender la mayoría de las cosas que decían, observaron que la armonía del grupo era muy buena pues todos estaban dispuestos a ayudar siempre al que tenía cualquier problema.

Aunque el clérigo era la persona con la que Bernard y Marie más contacto tenían, comprobaron que era Hans, un hombre de mediana edad y muy robusto, quien parecía el jefe del grupo, al menos era la persona a la que todos consultaban lo que hacer y cuando él decía algo, siempre se hacía lo que proponía.

Al llegar la hora de la comida, uno de los integrantes del grupo se separó del mismo y fue a buscar un lugar dónde poder acampar. Volvió al cabo de media hora y les indicó que debían desviarse unos metros del camino, cerca había un río y una zona arbolada, por lo que se dirigieron a ella y cuando llegaron, con una rapidez que admiró a Bernard, instalaron los sitios en los que iban a hacer el fuego. Mientras, otros se encargaron de montar unas mesas que llevaban en el carro y enseguida tenían organizada la comida.

—Nosotros sólo tenemos algo de licor que nos han dado en la abadía y un queso —dijo Bernard —también queremos contribuir con algo y cuando lleguemos al primer pueblo compraremos provisiones para que dispongan de ellas.

—No es necesario que aporten nada —dijo el clérigo —son nuestros invitados, pero si están más a gusto colaborando con lo que llevan, pueden dárselo a Bruno que es el que se encarga de las provisiones.

Llevaban una gran parrilla que colocaron sobre unas piedras y con una pala iban poniendo bajo ella las brasas de un fuego que habían preparado a unos metros. Cuando las brasas estaban en su punto álgido, pusieron en la parrilla unas salchichas y unos trozos de carne de cerdo. El humo que salía de la parrilla estaba impregnado de la grasa quemada, resultaba muy agradable, sobre todo muy apetitoso al tener a esa hora del día los jugos gástricos muy sensibles.

Se sentaron todos alrededor de la mesa y el clérigo fue de nuevo presentando a los integrantes del grupo ahora que estaban más relajados y tranquilos.

Herman era el más joven del grupo, se dedicaba a trabajar el cuero haciendo todo tipo de calzado y aperos para las monturas de los animales, viajaba en compañía de su esposa y de su padre, que era quien le había enseñado el oficio que estaba haciendo.

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