—Solo me buscan a mí, es mejor que te quedes hasta que te encuentres recuperada, continúa con nuestros amigos, yo te espero al otro lado de las montañas.

—De ninguna manera —dijo Marie —hemos iniciado esto juntos y seguiremos juntos, yo ya me encuentro bastante mejor y estoy segura que podré superarlo.

—Como desees, aunque sigo pensando que es mejor que te reúnas conmigo dentro de unos días, de esa forma no corres ningún peligro.

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Marie no quiso seguir escuchando a su marido, fue recogiendo las cosas que estaban revueltas y sin orden en el cuarto y cuando tuvo todo recogido, Bernard llamó a Pascal quien le ayudó a cargar las cosas en los animales.

Bernard era consciente de las dificultades que entrañaba lo que iban a hacer. Eran más de veinte leguas las que debían recorrer antes de llegar al valle del otro lado de los Pirineos, por eso era recomendable afrontarlas desde primera hora de la mañana para disponer de todo el día y realizarlo con éxito. Al salir tan tarde lo más seguro es que la noche les cayera encima antes de poder encontrarse seguros. Además, la nieve habría cubierto los caminos y no podrían avanzar como si los caminos se encontraran despejados.

Bernard tuvo algunas dudas sobre si debía iniciar o no la marcha, consideró que era mejor no exponer sus vidas aunque fueran detenidos, pero Marie, enseguida le sacó de las dudas que rondaban su cabeza.

—Bernard, cuando quieras salimos, ya estoy preparada.

—¿Estás segura que es lo mejor, te encuentras con fuerzas para seguir?

—Sí, hemos llegado hasta aquí superando todas las dificultades que se han puesto por delante y ya tenemos nuestro objetivo al alcance de la mano; ahora no podemos ni debemos dudar.

—Cómo desees —dijo Bernard —nos encomendaremos a Dios y que sea lo que Él disponga.

Pascal ayudó a Marie a subir a la mula y después de que se acomodara, la fue tapando con la ropa de abrigo para que las inclemencias del tiempo la afectaran lo menos posible. Entre truenos y una feroz llovizna que caía en forma de nieve fueron saliendo de la ciudad por unas calles que se encontraban prácticamente desiertas, ya que los pobladores de la ciudad se encontraban guarecidos en sus casas.

Para que no levantara sospechas una pareja sola viajando con aquel tiempo tan desapacible, Pascal ensilló también su mula y fue a su lado hasta que hubieron recorrido cuatro leguas una vez traspasados los muros de la ciudad, justo hasta el comienzo de la fuerte pendiente que debían superar.

—Que tengáis suerte —dijo Pascal —nos veremos dentro de unos días, cuando reiniciemos el camino.

—Allí os esperaremos —dijo Bernard.

—Gracias por todo lo que habéis hecho por nosotros —susurró Marie sin querer sacar la cabeza de la manta que la cubría.

Pascal se quedó quieto mientras veía cómo sus amigos y compañeros de viaje se alejaban bajo la copiosa nevada. Pronto los perdió de vista y regresó hasta la ciudad, no sin antes mirar a lo lejos y a lo alto viendo la empresa tan difícil que sus amigos debían afrontar en aquellas condiciones tan desfavorables.

Final del capítulo XIV

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