No podría soportar vivir sin ella y debía sacar adelante el hijo que ambos tenían. Pero qué futuro le esperaba a su hijo si él tenía que hacerse cargo del pequeño. Seguiría huyendo o dejaría todos sus proyectos aparcados y dedicaría el resto de su vida a cuidar de su hijo. Aún se sentía obligado a asegurar en lo posible las encomiendas que había en estas tierras y aunque su encargo era únicamente proteger el patrimonio de la Orden en Francia, sabía que en Navarra y en Castilla había encomiendas poderosas que podían estar en peligro y él tenía la autoridad para ponerlas a salvo o al menos tratar de salvar lo que aún se conservara en ellas.

Las dudas entre su deber con su familia y el compromiso con su señor le sumergieron en un mar de dudas, no sabía por cuál de ellas debía decidirse y después de varias horas con esos pensamientos, se quedó profundamente dormido.

Ni el llanto del niño demandando su alimento consiguió despertar por la mañana a Bernard, había pasado una mala noche y cuando se despertó le dolía todo el cuerpo, no recordaba los sueños que había tenido, pero supuso que habían sido muy turbulentos por el estado de excitación en el que se encontraba.

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Cuando Bernard se levantó, casi todos los peregrinos habían abandonado el albergue, solo quedaban seis personas que no habían descansado en Donibane Garazi ya que habían llegado allí el día anterior a su salida. Pero Pascal y el resto de los conocidos de Bernard, como habían estado retenidos una semana en esta población esperando que mejorara el tiempo, decidieron seguir adelante. Lamentó no haber podido caminar un poco con ellos o al menos haberse despedido. Pero quizá fuera mejor así porque lo hubiera sentido más viéndoles partir sin él.

Ramiro se ausentó más que de costumbre del cuarto, regresaba cada hora para ver cómo seguía el niño y cuando se cercioraba que continuaba durmiendo, volvía a salir de nuevo sin dar ninguna explicación. Esta actitud del monje extrañó a Bernard por ser algo inusual, pero no se atrevió a preguntarle qué era lo que estaba haciendo.

El prior, como todas las mañanas, se acercó por el cuarto en el que se encontraba Marie para hacerla una visita. También se extrañó al no ver allí, como todos los días, a Ramiro y le preguntó a Bernard:

—¿Dónde está el hermano Ramiro?

—No lo sé, hoy se ha ausentado en varias ocasiones, viene unos minutos a ver cómo se encuentra el niño y se vuelve a marchar, está actuando de una forma extraña.

—Pues que yo sepa, no tiene otra cosa qué hacer sino estar pendiente de su hijo.

—A mí no me ha dicho nada, cada vez que se ausenta, me sonríe y me doy cuenta de cuando vuelve por los pasos acelerados que siento cada vez que regresa.

El prior decidió investigar lo que estaba pasando, preguntó a los monjes que se fue encontrando y ninguno le supo decir dónde se encontraba, hasta que uno de los monjes, que estaba en el huerto, le dijo que le había visto entrar varias veces en el taller de la carpintería.

El monje carpintero y Ramiro se extrañaron al ver la entrada del prior, éste, de un vistazo observó todo lo que había en el taller y llamó su atención un objeto extraño en el que estaban trabajando los dos.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Era una sorpresa —dijo Ramiro —estamos haciendo una cunita para el niño. En la cama no duerme bien y aquí podré balancearlo para que se duerma antes.

Observó el rústico mueble que había hecho con madera de roble, era una pequeña caja rectangular con unas patas cruzadas y en la base habían puesto unas maderas curvadas que permitían el balanceo.

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