
—Ya está terminada —susurró Ramiro —la hemos estado haciendo en los momentos en los que el hermano carpintero no tenía nada que hacer.
—Pues ha quedado muy bien —dijo el prior —creo que el niño se sentirá muy cómodo en ella. Nos tenía preocupado con sus ausencias del cuarto sin dar ninguna explicación.
—Eso pensamos nosotros cuando se lo propuse hacer al hermano, supusimos que aquí descansaría mejor, él me ha facilitado las maderas necesarias y entre los dos la hemos construido. Ahora vamos a llevarla al cuarto para que desde hoy duerma en ella el niño.
—Pues a qué esperamos —dijo el prior —llevémosla y que comience cuanto antes a utilizarla.
Con cuidado los dos monjes sacaron de la carpintería aquel mueble, según se dirigían a la celda, los monjes observaban aquel curioso utensilio tan extraño y diferente que sacaban de la carpintería.
—Mire lo que nos ocultaba el hermano —dijo el prior a Bernard cuando llegaron al cuarto —es para que su hijo este cómodo y se duerma con el balanceo.
Pusieron sobre la madera una manta, encima de ella unas telas más suaves y acostaron al niño en la cuna. Éste se despertó al sentir el contacto de Ramiro; cuando lo acostó mantuvo un rato los ojos abiertos, hasta que con la mano el monje comenzó a mecer la cuna y el balanceo hizo que enseguida los volviera a cerrar.
—Parece que funciona, ven cómo se duerme —dijo Ramiro.
—Ha sido una buena idea —comentó su superior —son muebles que nunca hubiéramos pensado que podrían necesitarse en el monasterio, pero no está de más tenerlo, ya que cuando ustedes se vayan se guardará y siempre estará ahí para cuando alguien la vuelva a necesitar.
Ramiro recibió felicitaciones de todos por su idea y fue tanto lo que le alabaron que se llegó a ruborizar, tuvo que ocultar su cara dándose la vuelta para que no se le notara.
—Hay pillín le dijo Bernard —cuando se quedaron solos —qué callado te lo tenías. También el hermano carpintero, al que visito casi todos los días, no me había dicho nada. O sea, que esto era lo que estaba cubierto con una tela junto a la pared del taller.
—Queríamos que fuera una sorpresa, por eso no dijimos nada.
—Pues la habéis mantenido muy bien en secreto, nos llegamos a preocupar por tus ausencias; pero en ningún momento nos imaginábamos esto.
-Entonces le gusta, no ha quedado muy bien, pero al menos es práctica.
—¡Qué dices, es preciosa! Ves como el niño también lo agradece, mira que feliz está.
Ramiro se quedó toda la tarde meciendo la cuna, a pesar de que el niño dormía, estaba tan contento con lo que había construido, que no dejaba de admirarla y probar que funcionaba correctamente.
También Bernard fue hasta el taller de carpintería, quería fijar el busto que estaba haciendo con unas bridas y unas mordazas para lijar con fuerza algunas impurezas que aún tenía la imagen. Con este retoque la tendría terminada y solo le quedaría barnizarla con unas ceras que le había proporcionado el hermano que estaba al cargo de hacer las copias de los códices y pergaminos en el monasterio.
Durante la noche le dio la primera mano de barniz y esperó a que se secara, para al día siguiente darle una segunda mano antes de entregársela a Isabel.