
Se encontraba a menos de media legua del lugar al que tenía previsto llegar ese día, el monasterio de Iratxe, pero decidió alterar sus planes, se quedaría unos días en este lugar para conocerlo con profundidad, no tenía prisa y consideró que conocer nuevos lugares con tranquilidad le permitiría ir haciéndose una idea de los sitios por los que estaba pasando. También podría establecer contactos para futuras ampliaciones de las encomiendas, aquel lugar parecía un sitio en el que tenía mucho sentido que la Orden tuviera un lugar en que auxiliar a los caballeros que lo necesitaran.
Buscó una posada en un barrio apartado del pueblo, era lo suficientemente espaciosa para él y disponía de un establo en el que los animales encontrarían comida y descanso.
Se aseó en la pila de un pozo de agua que había en el patio de la posada mientras le preparaban una suculenta comida. La posadera le había sugerido asarle una trucha recién pescada en el río que atravesaba el pueblo y como hacía mucho tiempo que no comía pescado le pareció una buena propuesta. Como le habían dicho, el pescado estaba fresco y muy bueno, advirtió a la posadera que los días que se quedara en el pueblo quería que le preparara al menos una vez al día un plato como el que acababa de comer.
Descansó durante dos horas en el cuarto que le habían asignado. Estaba en la primera planta y se encontraba orientado al oeste por lo que cuando el sol comenzó a descender, sus rayos entraban por la ventana del cuarto invitándole a salir a conocer este pueblo que le parecía tan interesante.
Por sus calles se encontró numerosos mercaderes, allí podía proveerse de todo lo que se necesitara, era una población floreciente en la que las oportunidades surgían por todos los lados. Pensó que podría ser un lugar interesante para establecerse y vivir con su hijo. Comenzarían una nueva vida en un sitio que parecía muy próspero y donde nadie se sentía extraño porque la población estaba incrementándose cada día, como lo delataban las numerosas casas que se estaban levantando en todos los barrios del pueblo.
Entró en una taberna y pidió que le sirvieran una jarra de vino, se sentó en una mesa apartada y fue observando lo que pasaba en el interior. Había media docena de hombres que también habían sacado una jarra de vino y conversaban distendidamente.
—Este año la vendimia se va a alargar un poco más que el año pasado —dijo uno de ellos.
—Pero la cosecha va a ser mucho mejor —respondió otro.
—¿Vais a ir el domingo a misa? —preguntó el tabernero.
—¿Y que pasa el domingo? —dijo el primero.
—Parece ser que se murió un peregrino que portaba reliquias y que éstas son santas: el cura lo va a decir en la misa mayor.
—Pues yo ya me doy por avisado, tengo que trabajar en la huerta y me pasaré allí toda la mañana —dijo el que había llegado en último lugar.
A Bernard le estaba pareciendo una ciudad muy viva, las largas estancias en los monasterios le habían hecho casi olvidar cómo viven, piensan y se relacionan las personas normales, por lo cual se encontraba muy animado, por ver de nuevo la vida bullir a su alrededor y quizá también un poco por los efectos de la jarra de vino que ya había consumido. Pidió que le sirvieran una nueva y le dijo al posadero que le invitara también a una, al grupo que estaba en la mesa de al lado, le parecían muy divertidas las ocurrencias y comentarios que hacían.