Bernard propuso a Pedro que pensara en los lugares más inverosímiles en los que podía ocultarse el dinero, esos serían los que pasarían más desapercibidos. También podía ir guardando las monedas en sacos pequeños o en cajas de madera que fueran fáciles de transportar; si lo deseaba, él podía ayudarle a hacerlo pues no tenía nada que hacer en todo el día.

—Pues ya puedes comenzar —dijo Pedro. Abrió con llave un armario en el que estaban apiladas y ordenadas las monedas que allí había, la mayoría ya estaban metidas en pequeños sacos de tela. —Si quieres, encargo que te hagan unas cajas de madera para que puedas transportarlas mejor.

—Creo que así estarán bien —respondió Bernard —dependiendo del lugar en que las ocultemos, se pueden colocar mejor si están en sacos, son más manejables y se van ajustando mejor al espacio.

—También puedes ir contándolas ya que tú vas a ser también responsable de ellas.

—No hace falta —dijo Bernard —es suficiente con lo que nos has dicho, al menos para mí lo es.

Bernard esperó que Pedro le mostrara los lugares que había pensado para ocultar los bienes de la Orden y mientras lo hacía, fue relacionándose con todas las personas que diariamente trabajaban en la encomienda.

Aunque uno de los criados se encargaba a diario de alimentar a los animales que había en las cuadras, Bernard se había acostumbrado a la compañía de su mula, era el único ser que le vinculaba todavía con su lugar de origen pues salieron juntos de París, pero fue hace ya mucho tiempo y los sucesos que se habían producido en su vida la habían cambiado por completo. Eran los dos únicos que seguían juntos, por eso no podía pasarse más de un día sin visitarla y todas las tardes se acercaba hasta las cuadras. En ocasiones cogía un cepillo de púas y lo pasaba por su lomo para apartar las pajas que se habían adherido mientras se revolcaba en el corral. También le añadía algo más de paja limpia y unos puñados de grano en su pesebre para que estuviera bien alimentada, se lo merecía por lo bien que se había portado hasta ese momento.

Observó que el pesebre se encontraba un poco suelto. Estaba formado por una gran piedra de sillería que había sido vaciada y se encontraba asentada sobre otras más pequeñas. Con dificultad movió la gran piedra que formaba el pesebre y vio que el interior de las piedras más pequeñas que lo sujetaban estaba cubierto con mortero. Aquello, le dio una idea ya que había un espacio de medio metro de ancho y con una largura y una anchura de un metro, suficiente para acoger el cofre que había visto en donde Pedro guardaba los bienes de la orden.

Esa noche, cenó con su anfitrión. No le dijo nada de su descubrimiento, quería esperar a que éste le mostrara los lugares que había seleccionado y luego entre los dos decidirían cual era el más idóneo para sus propósitos. Mientras tanto iría observando las personas que accedían a las cuadras y cuales eran sus hábitos cuando estuvieran dentro.

—He mirado lo que comentamos y he pensado tres lugares que podemos ver mañana —dijo Pedro.

-Lo que usted diga, si a los dos nos parecen bien, escogeremos el más idóneo – respondió Bernard.

También quería comentarle que mañana llegará un hombre de confianza que el señor Lope le envía para que le acompañe hasta que llegue a Ponferrada.

—Creo que no es necesario como ya le dije a él, pero si lo ha dispuesto así, lo aceptaré —dijo Bernard.

—Piense —le interrumpió Pedro —que ahora está a su cargo y él se siente responsable de su seguridad y no desea que le ocurra nada mientras se encuentre bajo su protección.

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