Para las letras es sencillo, debéis escoger una letra clave y a esa letra le asignáis un número y en sentido ascendente, descendente, par o impar ir asignando el número que debe tener el resto de las letras del alfabeto.
En el caso de los números, aunque parece también complicado, solo tenéis que buscar una palabra que contenga diez letras y no se repita ninguna y a cada una de las letras le asignáis un número y con las letras podéis crear todos los números que deseéis.
-Parece sencillo de la forma que lo estáis planteando – dijo Bernard.
-Es muy sencillo, solo tenéis que pensar en ello y veréis como antes de una semana me confirmáis que ya habéis dado con vuestro método de encriptar frases y números.
Bernard agradeció los consejos que le había dado el anciano y salió de la estancia convencido de la sabiduría de aquel hombre para quien todo resultaba tan sencillo.
Cuando llegó a su celda, antes de meterse en la cama, observó por unos momentos a su pequeño que dormía plácidamente. Al sentir su llegada, Ramiro se despertó, pero con un gesto Bernard le dijo que continuara durmiendo, ya que solo estaba observando y velando el sueño del niño.
Trató de dormir, pero en su mente comenzaron a viajar números y letras, parecía que volaban libremente y él trataba de retenerlas formando esa palabra que le daría la clave de lo que estaba buscando.
Casi al alba se quedó dormido, pero apenas pudo descansar porque cuando el pequeño se levantó, como hacía todos los días, se fue a su cama a recibir las caricias de aquel hombre que le mostraba tanto cariño y con quien pasaba la mayor parte del día.
A pesar del cansancio que tenía, se levantó y, como hacía todas las mañanas, bajó con el pequeño hasta el refectorio donde un cuenco caliente de leche les reconfortaba para comenzar el día.
De su mente no se marchaban las letras, las palabras y cientos de números que parecían volar de un lado al otro del cerebro, pero todas las palabras que venían a su cabeza o repetían alguna letra o no llegaban a ese número mágico de diez, en alguna ocasión encontró alguna, pero era tan difícil de pronunciar y carente de significado que la descartaba enseguida.
Decidió ponerse a su trabajo en el taller, como le había dicho el anciano, la respuesta estaba en su mente y si la ocupaba con cientos de letras y de números, seguro que no daba con la clave que estaba buscando.
Estaba enfrascado en la terminación de una talla que se iba a destinar a una de las estancias del monasterio. Representaba a un caballero y a Bernard le gustaba darle algunos toques personales en los que la simbología estaba presente, como en todas las manifestaciones que salían de sus manos.
El caballero de la talla le recordaba a su amigo Rodrigo, quien tan buenos recuerdos le había dejado de su estancia en tierras leonesas. Deseaba, que en su recuerdo, aquel fuera un caballero de la Orden y así fue tallando; luego pintaría algunos símbolos que antes eran tan frecuentes y ahora habían caído en desuso, incluso en algunos lugares hasta llegaban a ser perseguidos, pero entre aquellos muros sabía que contaba con la libertad suficiente para dar rienda suelta a su imaginación.