-Eso he calculado yo – afirmó Rodrigo – por eso he venido cuanto antes para poneros al corriente de lo que he visto.
-Ahora debéis descansar y mañana os ponéis a las órdenes de Ordoño, quien os dirá cuál es el puesto en el que sois más necesario.
Los hombres estaban tumbados en cualquier rincón que encontraban libre, pero la mayoría no dormía, nadie podía hacerlo pensando en lo que les esperaba en pocos días, eran conscientes de la situación en la que se encontraban y solo deseaban que comenzara cuanto antes para que ese hormigueo que tenían en sus estómagos se despejara lo antes posible y solo podía hacerlo el fragor de la batalla.
Al día siguiente, Rodrigo buscó a Ordoño y éste le dijo que se hiciera cargo de la defensa de una de las torres que hay al norte, era uno de los puntos débiles de la fortaleza y Ordoño había situado en ella a los hombres que le inspiraban más confianza.
Rodrigo se dirigió hasta el puesto que le habían asignado y lo inspecciono de forma minuciosa viendo las debilidades que éste presentaba. En la parte exterior amplió las zanjas que se habían hecho y ordenó talar nuevos árboles para clavarlos a modo de estacas en el suelo y así frenar el avance de las tropas que por allí intentaran acceder a los muros. También mandó construir un sistema de poleas para surtir lo más rápido a lo alto de los muros los proyectiles que tenían en el interior amontonados, eran grandes piedras que levantaban entre dos hombres y desde lo alto del muro dejaban caer arrasando las escaleras y las torres de asedio que portaban quienes trataban de acceder al recinto.
Los días fueron transcurriendo muy lentamente, se observaba un gran nerviosismo en las personas que se encontraban en el interior de la fortaleza, aunque la mayoría trataba de no dejar que sus sentimientos y sus emociones fueran percibidos por el resto de los hombres.
Seis días después de la llegada de Rodrigo varios jinetes llegaron apresuradamente a la entrada de la fortaleza, eran los últimos vigías que estaban apostados en el camino que debía seguir el ejército invasor.
Ya se encontraban a las puertas de la ciudad, estaban estableciendo un campamento permanente desde el que lanzarían los sucesivos ataques contra la fortaleza. Daba la sensación que todos los hombres sufrieron con aquella noticia un efecto que hizo que la tensión de los días anteriores se incrementara de una forma ostensible y cada uno se puso en el lugar que le habían asignado, aunque pasarían aún varios días hasta que se produjera el primer asalto, pero era necesario que desde el exterior se viera que estaban preparados para cualquier imprevisto que pudiera ocurrir.
Los informes sobre el montaje del campamento llegaban casi de forma permanente, pues desde la fortaleza se había dispuesto una serie de vigías que desde la lejanía podían observar todos los movimientos que hacían los invasores y por medio de palomas mensajeras y otros medios establecidos enviaban los oportunos informes.
Los invasores dedicaron varios días a establecer un campamento bien acondicionado. Esperaban que el asedio se prolongara y deseaban prever todos los imprevistos, mientras una parte del ejercito se encargaba de esta tarea, otra fue a los bosques cercanos para ir talando árboles con los que construir todos los instrumentos de asedio que iban a necesitar, principalmente escaleras, catapultas, torres y arietes con los que intentarían doblegar la resistencia de los sitiados.