A los cinco días de la llegada del ejército, un emisario portando una bandera blanca se presentó a las puertas de la fortaleza, era uno de los nobles que apoyaban al Rey; en otro tiempo fue compañero de armas de Roberto y llegaron a ser buenos amigos.
Condujeron al emisario a la presencia de Roberto y éste, en lugar de quedarse a solas con él, lo recibió en compañía de sus hombres de confianza para que éstos fueran testigos presenciales del mensaje del que era portador.
Después de los saludos de cortesía que los dos hombres se ofrecieron, el conde Arias Gonzalo comenzó a transmitir el mensaje que el Rey le había dado.
-Nuestro Señor el Rey os ofrece el perdón de vuestras vidas a vos y a todos los hombres que os acompañan si rendís la fortaleza sin ofrecer resistencia alguna – dijo el emisario.
-Será respetada también la Orden, sus posesiones y sus bienes – preguntó Roberto.
-La Orden ha sido declarada enemiga de la Iglesia y el Santo Padre ha ordenado su disolución y el requiso de todos los bienes que posea.
-Sabéis bien, amigo Arias – dijo Roberto – que todos los que aquí nos encontramos juramos un día defender a la Orden y defender a la Iglesia, no hemos cambiado ni vamos a desistir de nuestro juramento, por lo que no podemos aceptar las condiciones que nos proponéis.
-Estoy autorizado a daros un plazo de un día para que podáis pensarlo y discutirlo con vuestros hombres, si cambiáis de opinión hacérnoslo saber y si no es así nos veremos obligados a cumplir las órdenes que tenemos.
-No es necesario ese plazo, cada uno defenderemos lo que nos parece justo y si para ello debemos arriesgar nuestras vidas, eso es lo que un día prometimos, en el juramento dijimos que lo haríamos con nuestras vidas si fuera necesario.
-Pues entonces nos veremos en el campo de batalla y que el Señor se incline del lado que le parezca más justo – dijo el conde.
-Creo que en esta ocasión se va a imponer la fuerza sobre la razón y no podremos achacarle nada al Señor porque va a ser muy difícil que podamos afrontar lo que el destino nos ha deparado.
Los dos hombres se despidieron conscientes que cada uno estaba obligado a hacer lo que el destino les había deparado y que la amistad que un día hubo entre los dos se había cercenado al encontrarse en bandos diferentes.
Cuando el ejército invasor se había equipado con todo lo necesario para lanzar los asaltos contra la fortaleza, comenzaron a coger posiciones en torno a ella colocando a los mejores hombres en la muralla norte, que consideraban la más vulnerable, aunque las acometidas las harían por todos los frentes.
Los primeros envites fueron fácilmente rechazados por los sitiados, las defensas que habían levantado fueron muy efectivas y lograron frenar el avance de los invasores, por lo que el optimismo de los sitiados fue en aumento al ver que la fortaleza estaba siendo inexpugnable.
Los sitiadores, viéndose rechazados, decidieron cambiar de táctica y estuvieron dos días sin hacer ninguna incursión en las cercanías de la fortaleza. Varios pelotones se dedicaron a excavar cuatro túneles para intentar acceder de esta forma al interior de la fortaleza. El relevo de los hombres que trabajaban todo el día hizo que fueran avanzando a un ritmo bastante alto y pronto superaron los cimientos del castillo.