almeida – 9 de junio de 2015.

                En muchas ocasiones, nosotros mismos nos llegamos a sorprender de los valores que tenemos dentro cuando los vamos viendo aflorar de una forma espontánea. Seguramente es porque nunca nos habíamos detenido a pensar con calma en ello y habíamos llegado a pensar que no existía.

                Durante el tiempo que nos encontramos en el camino, donde las prisas se dejan aparcadas desde el primer momento, propiciamos que todos esos sentimientos, las emociones y nuestro comportamiento se intensifiquen de una manera desconocida hasta entonces y vamos ofreciendo lo mejor de nosotros mismos lo que va generando un ambiente especial que se contagia a todos los que nos rodean que comienzan también a comportarse de la misma manera.

                Siempre hay algunas ocasiones especiales en las que este sentimiento llega a límites muy elevados y es cuando nos damos cuenta que lo que estamos haciendo, a pesar del esfuerzo que representa, merece la pena.

                Santi, era uno de esos peregrinos añejos, había conocido el camino ya en el siglo pasado, cuando los senderos estaban débilmente señalizados y las infraestructuras todavía dejaban mucho que desear, bueno es un decir, eran perfectas, porque los peregrinos siempre saben agradecer lo que se les ofrece, pero el camino se ha visto invadido por otro tipo de caminantes que lo verían así, aunque el peregrino de verdad, siempre recordará esos lugares que les protegían de las inclemencias del tiempo.

                Cuando el camino se fue convirtiendo en otra cosa un tanto diferente a como Santi lo había entendido siempre, se hizo hospitalero, realizando una labor encomiable en aquellos lugares en los que de forma voluntaria asistía a ofrecer su colaboración para que los que llegaban al albergue se sintieran como en su casa.

                Pero, a pesar de lo gratificante que estaba resultando aquella experiencia, el camino siempre deja ese poso de inquietud dentro del cuerpo que solo se soluciona cuando se regresa y se pone de nuevo los pies sobre él.

                Santi soñaba volver al camino, pero deseaba recorrer uno que fuera diferente, uno donde las prisas, la masificación y otras cuantas cosas más, no le hicieran añorar en exceso el Camino que siempre recordaba.

                Le hablaron de un camino especial, diferente a cuantos se conocían, se encontraba todavía virgen. Únicamente lo habían recorrido anteriormente un grupo de personas pero no como verdaderos peregrinos, lo hacían con una infraestructura muy bien organizada y contaban con un apoyo del que carecen los peregrinos que llevan sobre sus espaldas todo lo que van a necesitar durante su peregrinación.

                Serían los pioneros, los que abrirían esta ruta que quién sabe, quizá con el paso del tiempo adquiriera cierta notoriedad, aunque su dificultad y dureza, la relegarían siempre a una minoría muy selecta.

                Se trataba del Camino Europeo del Rocío, comenzaba en Bruselas y pasaba por todos aquellos lugares en los que había constancia de apariciones marianas y concluía en el sur de la península, en Almonte, donde la Blanca Paloma es venerada por todas las hermandades rocieras que se distribuyen en todos los rincones del mundo.

                Peregrinar durante tres mil kilómetros, no está al alcance de cualquiera, era una prueba que hasta para los peregrinos experimentados como Santi, resultaba una fortaleza física y mental que le ayudara en esos difíciles momentos a seguir adelante.

                También iban a tener en contra la climatología, porque habían escogido los meses de invierno para llegar a la meta cuando todas las hermandades rocieras se concentran en torno al santuario de la Blanca Paloma y para contar con tiempo y garantías suficientes para llegar debían enfrentarse a las adversidades y la crudeza del invierno.

                Como Santi se había imaginado, la crudeza de las primeras jornadas, fue terrible, hasta tal punto que en varias ocasiones por su mente paso la idea de abandonar aquella locura y regresar a casa, pero su amor propio, a pesar de las lesiones que fueron surgiendo y algo que no sabía explicar, pero que sentía en esos duros trances, le animaba a seguir adelante.

                Cuando más desesperado se encontraba siempre la imagen de la Blanca Paloma viajaba por su imaginación y le cargaba con esa energía necesaria para seguir un poco más, por lo menos hasta la siguiente situación en la que el desánimo se volviera a presentar.

                Fueron jornadas muy exigentes, la lluvia, el viento, la nieve, en ocasiones dificultaban de tal forma su avance que se encontraron varios momentos en los que tuvieron que retroceder por los caminos imposibles por los que transitaban.

                Pero los kilómetros se iban quedando atrás y las jornadas se iban acumulando, cada vez su sueño se encontraba más cerca aunque en ocasiones lo veía tan lejos que dudaba muchas veces en conseguirlo.

                Cada vez que llegaban a uno de esos santuarios en los que en alguna ocasión la Virgen se hizo visible, la energía que conseguía captar en aquellos lugares de peregrinación era indescriptible, le llenaba de vitalidad para seguir hasta el siguiente lugar en el que poder cargar de nuevo las pilas.

                Una de las cosas que más sorprendió a Santi en este camino, fue la amabilidad y la bondad de la mayoría de las personas con las que a diario se encontraba, siempre surgía alguna excepción, pero esas son las que primero se olvidan y seleccionamos en la memoria los momentos más agradables de los que vamos disfrutando.

                Cuando llevaba recorrido la mitad del camino, se encontraba en tierras españolas y el ánimo del peregrino fue en aumento cada jornada, ahora estaba en una zona que no le resultaba del todo desconocida y sobre todo, veía al alcance de su mano esa menta que en muchas ocasiones le había parecido un sueño.

                También su peregrinación especial se iba conociendo cada vez más y cuando pasaban por lugares en los que había hermandades rocieras o simplemente se cruzaban con alguien que tenía los mismos sentimientos hacia la Blanca Paloma, el trato resultaba muy especial porque comenzaba a ser considerado como un héroe y le trataban con un elevado respeto y algunos hasta con una admiración especial.

                Según se iban acercando a su meta, en algunos lugares ya estaban advertidos de su llegada y les esperaban para conocerlos, para sacarse una foto con ellos o simplemente para tocarlos, porque algunos veían en ese peregrino un ser especial que estaba tocado por un halo divino, era una sensación extraña porque Santi se consideraba una persona normal, un peregrino corriente de los muchos que se pueden encontrar por el camino, pero no podía evitar ese aura que los demás creían ver en él.

                En estas ocasiones, le daban estampas, medallas y todo tipo de recuerdos porque eso presagiaba una buena ventura para quien los entregaba y algunos se atrevían a pedirle que esos recuerdos los pasara por el manto de la Virgen, porque estaban convencidos de que esta acción, provocaría la reacción que ellos esperaban, aunque Santi, no creía mucho en estos milagros, pero viendo la devoción de las personas que le hacían custodio de aquellos recuerdos, no podía por menos de prometerles que sus deseos serian cumplidos.

                En una ocasión, llegó hasta uno de esos entrañables pueblos de Andalucía en los que parece que la gente tiene una predisposición especial para ser especialmente amables con los demás porque se muestran muy abiertos incluso con las personas que ven por primera vez.

                Pasaba Santi junto a una terraza en la que se encontraban varias personas degustando una consumación y uno de ellos al verle con la pesada mochila, llamó su atención.

                – ¡Peregrino! – Grito el hombre – ¿Cómo va ese camino para ver a la Blanca Paloma?

                – De momento bien, pero ya un poco cansado – respondió Santi.

                – ¡Como os quejáis algunos por caminar un poco!

                – En mi caso es un mucho – dijo Santi – llevo en las piernas casi tres mil kilómetros.

                – ¡Pues eso merece una copa! – dijo el hombre mostrando una botella de manzanilla y haciendo un gesto para que Santi se sentara con ellos.

                Agradeció esta invitación y se sentó un rato a descansar mientras les iba detallando cómo estaba siendo su peregrinación. Asombrados, los cuatro escuchaban incrédulos que Santi llevara caminando más de tres meses con la mochila a cuestas.

                Fueron entrando en detalles y Santi les habló de las maravillas que había encontrado en este camino y sobre todo de esas sensaciones que en algunas jornadas le resultaban especiales, aquellos momentos que difícilmente se van a repetir en la vida. Ahora ya estaba a un paso de su destino final y era cuando más estaba disfrutando de aquella peregrinación especial.

                La botella de manzanilla fue repuesta por el camarero con prontitud porque se vacío enseguida y la conversación fue casi un monologo, todos se interesaban por los detalles que Santi les iba contando con ese brillo especial en los ojos que los peregrinos tienen cuando hablan de su camino y de cada una de las sensaciones que éste les está aportando.

                En ese momento el hombre que había invitado a Santi a la copa, se levantó de la silla y se acercó a hablar con un matrimonio que acababa de llegar a la terraza, iban con una niña que se encontraba postrada en una silla de ruedas.

                Después de unos minutos, el hombre llamo la atención de Santi:

          ¡Santiago, un momento por favor!

                Santi se acercó hasta donde se encontraba su anfitrión con los recién llegados para ver qué era lo que quería.

                – Mira Santiago, estos son unos amigos míos y ella es su niña Rosario. Les he hablado de ti y de la peregrinación tan especial que estás haciendo y me han pedido que te presentara. Son muy devotos de la Virgen del Rocío y al saber que vienes desde tan lejos para postrarte ante ella, querían conocerte.

                – ¡Encantado de saludarles! – respondió Santi.

                – Esta es nuestra niña Rosario, es un ángel que la desgracia se ha cebado con ella – dijo el hombre.

                Fue en ese momento cuando Santi reparó en la niña que trataba de esbozar una sonrisa, pero Santi se fijó en sus ojos, unos ojos preciosos que reflejaban la tristeza del sufrimiento, de sentirse diferente a los demás y Santi mostrando su mejor sonrisa extendió la mano para acariciar la cabeza de aquel ángel.

Cuando posó su mano en la cabeza, un escalofrió recorrió su columna vertebral al darse cuenta que le faltaba una parte del cráneo, una sensación como si hubiera sentido un calambrazo estuvo a punto de hacer que su mano se retirara como si tuviera un resorte, pero dándose cuenta de la situación en la que se encontraba, mantuvo su mano en aquella cabecita.

El padre de la niña se dio cuenta enseguida de lo que Santi había sentido seguramente las personas que experimentaban lo mismo la primera vez hubieran reaccionado como Santi estuvo a punto de hacer, por lo que el hombre, para tranquilizarle, le comentó.

– No se preocupe, es una sensación extraña, mi niña lleva muchas operaciones y la pobre, ya ve usted en qué estado se encuentra, cada vez va a peor.

– ¡Y es tan buena! – susurró la madre emitiendo un profundo suspiro.

El hombre saco su cartera y buscaba alguna cosa en el interior hasta que dio con ella, entonces le mostró a Santi una foto.

          Mire usted, esta es mi niña cuando estaba buena con su hermana, dos bendiciones de Dios, si no hubiera sido por esta desgracia.

Santi miro aquella foto en la que podía ver a dos Ángeles, por un momento le recordó a sus hijas cuando eran pequeñas que para él se habían convertido en esa bendición y dio gracias porque él no hubiera tenido que pasar lo que estaban pasando aquellos padres, dudaba de haber tenido la entereza de seguir adelante.

-Señor – dijo la mujer – nos han dicho el camino de peregrinación que está haciendo y después de lo que lleva recorrido, usted es para mí un Santo, quien ha visitado tantos lugares en los que ha estado la Virgen tiene que ser un bendito, por eso quería pedirle un favor que para mí es muy especial.

– Sea lo que sea y esté en mi mano, puede contar desde este momento con ello, pídame lo que quiera que por la niña, le prometo que lo haré – dijo Santi mirando nuevamente los ojos de Rosario que presenciaba sin comprender demasiado lo que estaba pasando.

– Quiero que lleve con usted la foto de mi niña, sé que eso le va a hacer bien y si le es posible, cuando esté cerca de la señora de las Marismas, trate de pasar la foto por el manto de la Virgen.

– Cuente con ello – dijo Santi – por muy difícil que sea, la foto de su niña rozará el manto de la Señora.

– Que la Virgen se lo pague – dijo la mujer cogiendo la mano de Santi y llevándosela a los labios.

Santi acarició nuevamente la cabecita de aquel ángel y se inclinó para darle un beso en la mejilla mientras le susurraba al oído para que solo lo escuchara la niña.

          La fe consigue mover montañas y tu madre ha demostrado tener más fe que nadie que haya conocido jamás. Con esa voluntad, sé que te acabarás recuperando, porque lo mereces y lo merecen tus padres y si de algo sirve que yo pase tu foto por el manto de la señora, será la misión que tenga hasta que termine mi peregrinación.

Se despidieron con los mejores deseos y esperando seguir en contacto, sobre todo para ver cómo iba evolucionando la niña.

Santi, comenzó a pensar en el compromiso que había adquirido, ahora no solo debía terminar su peregrinación, también tenía una misión que no podía ni quería incumplir, aquella foto que le habían entregado, pasaría por el manto de la Virgen.

Aquel encuentro casual, le hizo reflexionar al peregrino durante los días siguientes que estuvo caminando, comenzaba a ser consciente de la importancia de lo que estaba haciendo, si para él ya representaba un objetivo muy importante, se estaba dando cuenta que los demás veían en aquella peregrinación algo muy especial y también lo era la persona que la estaba realizando y comenzó a sentirse importante ante los demás lo que le abrumaba un poco.

Durante muchos días, en esos solitarios momentos en los que la monotonía del camino permite que las imágenes vayan pasando por la mente para distraer el tedio del caminar constante, se había imaginado una y mil veces como seria ese momento del encuentro con la Blanca Paloma. El fervor de los rocieros resulta en ocasiones agresivo porque todos quieren estar cerca de la Señora y tocar su manto. Santi se había visto delante de la Virgen con y sin mochila peleando entre aquellos aguerridos peregrinos que no cedían ni un palmo del lugar privilegiado que habían conseguido y él, entre la multitud tratando de acercarse lo más posible a las andas que portan la talla de la Virgen, pero ahora, desde que tenía una misión, se veía peleando como un rociero más para que la imagen de Rosario, rozara ese manto que para la niña y para su madre, eran milagrosos.

Pero todavía quedaban muchas jornadas de camino y estaba convencido que en alguna de ellas, cuando menos se lo esperara, el desánimo haría acto de presencia, pero eso ya no le importaba, le daba igual, llevaba el antídoto para superar esos momentos, sacaría de la cartera la foto de Rosario y al contemplar aquella imagen cogería las energías necesarias para superar cualquier adversidad que se presentara.

Los últimos días de peregrinación, fueron especiales, la cercanía de su objetivo producía al peregrino unos sentimientos que en ocasiones resultaban encontrados. Por un lado la alegría de llegar chocaba en ocasiones con la tristeza de tener que dejar aquel camino tan especial que estaba recorriendo.

Cuando por fin llego a la aldea del Rocío, la emoción que sintió fue indescriptible, dejó al grupo con el que había estado caminando las últimas jornadas y se retiró él solo a un pinar en donde se arrodilló y dio gracias por haberlo conseguido, en ese momento no pudo evitar contener unas lágrimas que se precipitaron y humedecieron la arena que rodeaba a los pinos en donde se encontraba.

Fueron esos instantes en los que las imágenes se van acumulando de una forma atropellada en la mente, se confunden las recientes con las más antiguas, pero entre todas ellas destacaba siempre la carita angelical de Rosario que se imponía con fuerza ante las demás.

No recuerda el tiempo que paso solo en aquel lugar, quizá fueron solo unos minutos o alguna hora, pero era su momento, ése con el que tantas veces había soñado y ahora necesitaba disfrutar de él.

Solo una voz que le llamaba, le hizo salir de su ensimismamiento, le avisaban que estaba a punto de comenzar la procesión de la Virgen y todos los peregrinos rocieros se comenzaban a agolpar en las rejas del templo esperando ese momento en el que no se podía contener más a la multitud y se abordaba el templo para que todos pudieran contemplar a la señora de las Marismas.

La devoción de unos y el fervor de otros, fueron dando paso a una encarnizada pugna por conseguir los lugares más cercanos al palio bajo el que se encontraba la imagen más venerada en esos momentos. Las contusiones, los codazos y hasta los empujones no eran ningún obstáculo para que quien se había aferrado a las andas que portaban a la Virgen cedieran un mínimo centímetro a los que no lo habían conseguido.

Viendo aquella encarnizada batalla para conseguir los mejores lugares, Santi por unos momentos, pensó que le iba a resultar una tarea imposible, pero también parecía imposible lo que había hecho y allí estaba el resultado.

La misión que tenía encomendada, era lo suficientemente importante como para no intentarlo por lo que fue avanzando centímetro a centímetro, soportando todo tipo de incomodidades hasta que asiendo fuertemente con su mano la foto de la niña, extendió su brazo y sintió el suave terciopelo del manto que cubría a la Señora y frotó con fuerza, pero con mucha devoción aquella imagen por el terciopelo, lo había conseguido, había cumplido su promesa y en esos momentos se sentía el peregrino más feliz que podía imaginarse porque se encontraba en los momentos de disfrutar, en esos que todas las penalidades se dan por buenas al haber conseguido el objetivo deseado.

Cuando se corrió la voz por la explanada del Rocío de que un peregrino especial que había recorrido un camino también muy especial para llegar a postrarse ante los pies de la Señora, las autoridades eclesiásticas y los hermanos mayores de las más importantes cofradías, quisieron estar con ese peregrino y ofrecerle los respetos por la gesta que había realizado.

Santi se sentía abrumado, pero estaba feliz, tantas muestras de cariño, superaban con creces la humildad del peregrino. Todo eran muestras de halago y de alabanzas hacia la gesta que acababa de realizar y como se trataba de alguien muy especial, también tuvieron una consideración con el que generalmente se hacía en muy contadas ocasiones, le iban a permitir estar unos minutos a solas ante la imagen de la Virgen, ese era el más alto honor que podían ofrecer a quienes por algún motivo especial eran merecedores de ello.

Cuando Santi se encontró a solas ante la imagen de la Virgen, de nuevo las emociones se desbordaron en su mente. No dijo ni una sola palabra, pero los pensamientos si se pudieran transcribir llenarían páginas y páginas de papel. Como si se tratara de una película a gran velocidad, fueron pasando por su mente todas las imágenes desde aquel lejano día en el que abandonó Zarautz. Los momentos de desolación en los que estuvo a punto de abandonar, se fueron mezclando con los de más satisfacción que le había aportado el camino. Pero en especial se acordó de sus seres más queridos, de su mujer, de sus hijos, de sus nietos. De todos ellos llevaba algún recuerdo para pasarlo por el manto de la señora y así lo hizo con la calme que requería aquel momento.

También Rosario estuvo presente en aquel encuentro, ahora estaba a solas con la señora y podía pasar las veces que quisiera su foto por el manto, pensó por un instante que de haber sabido de antemano que tenía esta oportunidad no se hubiera arriesgado en la feroz pelea que tuvo horas antes para conseguirlo. Aunque enseguida cambio de opinión porque lo que había logrado le había costado tanto que tenía más mérito que hacerlo en estos momentos cuando su misión resultaba mucho más sencilla.

Le hubiera resultado imposible recordar las lágrimas que había derramado desde su llegada, unas fueron de emoción, otras de alegría, otras por los sentimientos acumulados, resultó uno de esos momentos que imprimen carácter a la personalidad de los hombres y es muy difícil que puedan llegar a olvidarse

Ahora, a partir de esos momentos, era cuando realmente comenzaba su camino. Una vez que se encontrara en su casa, iría extrayendo ese poso que su aventura le había dejado y con la pausa necesaria iría asimilando todas las emociones y los sentimientos que su camino le había proporcionado.

Pero desde ese momento, el camino que había recorrido, estaba ineludiblemente ligado a Remedios, a ese ángel que se había cruzado en su destino y por el que estaba comenzando a sentir una devoción y un amor especial y solo deseaba que la fe de la niña y la de su madre fueran el aliciente necesario para su recuperación, él únicamente fue el instrumento que en un momento dado utilizaron para que aquella fe de las dos mujeres siguiera avivándose y esa llama de esperanza no se llegara a consumir.

El reencuentro con su familia fue indescriptible, mucho más que cada vez que anteriormente había regresado del camino, porque en esta ocasión las connotaciones eran muy diferentes, también a ellos les fue contagiando de esa devoción que había llegado a sentir por el ángel que el camino había puesto en su destino, cada uno de los miembros de su familia fueron conociendo a Rosario como si la hubieran visto en muchas ocasiones a pesar que solo tenían esa foto ya gastada que Santi mostraba cada vez que hablaba de la niña.

Los meses fueron pasando y la emoción también se fue asentando, en su casa Santi se iba preocupando de las prioridades que iban surgiendo cada día que no eran pocas porque sus nietos acaparaban gran parte de su tiempo y Santi feliz de estar con ellos le dedicaba todas esas horas que quizá no pudo dedicar a los hijos, porque entonces había otras prioridades que requerían la mayor parte de su tiempo.

Una mañana que Santi se encontraba pensativo, sonó su teléfono, fue un solo timbrazo y dejó de sonar. Pensó que alguien se había confundido o le enviaban uno de esos molestos mensajes comerciales que las compañías suelen con frecuencia saturar a los usuarios, por lo que no le dio la mayor importancia y siguió ensimismado con sus pensamientos que aunque no me lo dijo, seguro que tenían algo que ver con ese camino que tanto le apasionaba.

Cuando de nuevo se percató del mensaje que había recibido lo abrió, contenía un archivo adjunto y cuando lo visualizo, comenzó a llorar como un niño, no podía contener la emoción que sentía en esos momentos.

Mari, su mujer, se preocupó al verle en aquel estado anímico y le preguntó en reiteradas ocasiones que era lo que le ocurría, pero Santi no conseguía articular ni una sola palabra que resultara coherente, únicamente le mostró la pantalla del teléfono y en ese momento Mari comprendió lo que había ocurrido.

Sin ningún texto ni una sola palabra, únicamente aparecía la foto de Rosario, se encontraba de pie, a su lado estaba la silla de ruedas, pero la niña se mantenía erguida por sus propios medios.

La emoción que Santi experimentó en aquellos momentos le hacía llorar de felicidad, pensaba en aquel ángel cuando la conoció, postrada en su silla de ruedas sin apenas movilidad y ahora la contemplaba de pie y aunque no podía ver con claridad su rostro, lo imaginaba sonriente y sobre todo agradecido.

Lo que seguramente ignoraba aquella niña era la felicidad que aquel gesto había llevado al peregrino que se encontraba radiante por aquella visión, las lágrimas se mezclaban con una amplia sonrisa mientras exclamaba:

          ¡De pie, ella sola está de pie!

Mari le abrazó con fuerza y los dos rompieron a llorar como solo en algunos momentos difíciles de sus vidas lo habían hecho, eran esas lágrimas que salen del corazón y van cargadas de una alegría que consigue inundarlo todo.

Como Santi y Mari, se encontraban felizmente jubilados y disfrutaban de todo el tiempo libre del mundo, al año siguiente les propusieron una excursión de una semana de las que se hacen para la tercera edad y no lo dudaron ni un solo instante, se irían a Andalucía, a visitar esos lugares que ya eran tan especiales para los dos y uno de los días, se desplazarían hasta el pueblo de Rosario para visitarla.

Todas las vistas que fueron haciendo en aquella excursión estaban resultando muy agradables, pero Santi solo esperaba ansioso que llegara ese momento en el que un año después se encontraría de nuevo con aquel ángel que el camino le había proporcionado.

Cuando por fin llegó ese día, los anfitriones que siempre había tenido mientras hacia su camino, organizaron aquella visita y les llevaron hasta la casa de la niña.

Era un hogar muy humilde, pero a la vez muy confortable en el que se respiraba una paz y una armonía que se percibía en cada uno de los rincones de aquella humilde morada.

Los padres de Rosario les estaban esperando en la puerta de la casa y nada más verles llegar, salieron a su encuentro y se abrazaron, la madre de la niña besaba las mejillas de Santi con una devoción que en muy pocas ocasiones puede verse, para ella él era ese santo que había intercedido para que su niña se curara.

Santi les presentó a su mujer y las muestras de cariño no disminuyeron en ningún momento y Mari se quedó un tanto sorprendida cuando la mujer le repetía constantemente:

          Santo, su marido es un santo, una buena persona con la que estamos en deuda por lo que ha hecho por nuestra niña y la señora le tenga siempre en su gloria porque es un bendito.

Mari se sentía un tanto abrumada por aquellas muestras de afecto, conocía de sobra las virtudes de Santi, pero pensaba que aquella mujer estaba desvariando, porque también tenía sus defectos, y si no, ¿Qué se lo preguntaran a ella que le llevaba soportando casi toda la vida?

Les invitaron a acceder al interior de la casa, en el salón se encontraba Rosario que estaba acompañada de su hermana, la que aparecía en la foto que le habían dado a Santi cuando se conocieron.

          Mi vida – dijo la mujer – mira quien ha venido a verte, es el señor peregrino que le pidió a la virgen para que te pusieras buena, ha venido desde San Sebastián para ver que ya estas mejor.

Rosario giro su cabeza hacia los recién llegados y cuando Santi volvió a ver a la niña sintió una emoción de esas que van naciendo en el corazón y se puso delante de ella y la abrazó, en aquel abrazo le transmitió toda la emoción que había contenido desde que la conoció.

Rosario al ver a aquel desconocido esbozó una sonrisa que a Santi le pareció que procedía directamente de un ángel, nunca antes la había visto sonreír y se emocionó al ver cómo lo hacía para él.

          Ahora- dijo la madre de la niña, hasta puede levantarse – anda mi vida, que el señor Santiago vea como te levantas y te pones de pie.

La niña puso sus manos sobre los respaldos laterales de la silla de ruedas y cogió impulso para levantarse ella sola, pero estaba demasiado nerviosa por aquel desconocido trajín que había en la casa y a pesar de intentarlo en dos ocasiones no consiguió ponerse rígida y de pie. Santi al ver el esfuerzo que estaba haciendo, trató de ayudarla, pero la madre cogiendo uno de los brazos de Santi le dijo:

          ¡No se preocupe!, es que está nerviosa, déjala que verá cómo se pone de pie para usted. Venga mi amor que el peregrino quiere ver que ya te vas recuperando, es el señor que llevo tu foto para que la Virgen te viera y te tuviera presente.

La niña con un gesto que seguramente habría ensayado muchas veces desde que sus padres se enteraron de la llegada del peregrino que había intercedido por ella, volvió a agarrarse con fuerza de los laterales de la silla de ruedas y en esta ocasión al primer impulso, consiguió ponerse de pie mientras su padre le retiraba parcialmente la silla de ruedas.

Santi, al ver a su ángel, en pie, delante de él, la abrazo con fuerza mientras exclamaba:

          así me gusta Rosario, tú eres fuerte y vas a salir de ésta, vas a recuperarte, porque aunque no se lo he dicho a nadie y solo tú lo sabes, cuando llevé tu foto a la señora, estuve a solas con ella, me concedieron ese honor y cuando le mostré tu foto, le dije que, tú la necesitabas más que nadie en el mundo y que tenía que hacer todo lo que estuviera en sus manos para que te pusieras bien y por lo que estoy viendo, aunque ella no me dijo nada, sé que me ha escuchado porque desde la primera vez que te vi, cuando nos conocimos te encuentras mucho mejor.

La niña no dijo nada, el habla era una de las cosas que más se había visto afectada por su enfermedad, pero cuando Santi dejó de abrazarla y se dedicó a contemplarla, ella le regalo la más hermosa sonrisa que nadie ha podido presenciar jamás y a través de sus ojos, el peregrino contempló un brillo tan especial, que se parecía a un milagro por la profundidad y todo lo que transmitía aquella mirada.

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