almeida – 22 de mayo de 2014.
Rocío llegó sedienta a Santuario, según nos confesó, se le había olvidado llenar la botella de agua en la fuente del pueblo anterior, no sabía como le ocurrió, pero no era la primera vez que le pasaba desde que estaba en el Camino. Siempre que salía al campo para hacer alguna marcha, era su madre la que se encargaba de ponerle en la mochila todo lo que iba a necesitar, por eso ahora que no la tenía cada mañana, se olvidaba la mitad de las cosas, incluso algunos días que salió de noche del cuarto, dejó sobre la litera algunas prendas que tuvo que reponer cuando encontró alguna tienda donde comprarlas.
Observamos que llegaba cojeando, nos aseguró que hacía más de dos horas que el pie le estaba doliendo y cojeaba algo al caminar. Cuando se quitó la zapatilla y el calcetín, vimos como se estaba formando una hermosa ampolla en la planta de su pie.
Le dijimos que se duchara y mientras comía le curaríamos la ampolla, drenaríamos el líquido que se había ido formando y desinfectaríamos bien la zona afectada. Nos comentó que primero iría al bar o al restaurante a comer ya que tenía mucha hambre y cuando volviera podíamos hacerle la cura.
Como suponíamos, era de las que pensaba que en este pueblo encontraría todos los servicios y no había previsto comprar nada en el pueblo anterior, por eso le preparamos un plato de pasta y una ensalada para que saciara el hambre que, según ella, tenía.
Cuando salió de la ducha, nos preguntó donde estaba el restaurante en el pueblo y la acompañamos hasta la sala donde en la mesa ya tenía preparada su comida. No se lo podía creer, ¡qué servicio!, exclamó en voz alta. Cuando le dijimos que en aquel pueblo no encontraría ningún sitio en el que avituallarse, aparte del bar donde no daban comidas, agradeció lo que le habíamos puesto para saciar las quejas de su estomago.
Mientras iba comiendo, puse su pie sobre mis rodillas, cogí una aguja con hilo y la introduje en la zona afectada, dejando que el hilo quedara en los extremos de la ampolla para que lo drenara y fui aplicando a toda la zona Betadine para que se desinfectara bien.
Agradeció la comida que le habíamos preparado ya que era vegetariana y también los cuidados que le habíamos dispensado para aliviar su dolencia.
Le recomendamos que cogiera una esterilla y se tumbara en el jardín, allí sobre la hierba, con los pies al sol, se aceleraría que la piel se fuera secando y la herida también se secara, acelerando el proceso de su curación.
Para que no se aburriera mientras tomaba el sol, la llevamos un libro que había sobre la mesa, se titulaba “Sentimientos peregrinos” y el autor se lo había regalado al Maestro con una bonita dedicatoria. Se trataba de pequeñas historias contadas en formato de cuento que el autor había vivido durante sus andanzas por el Camino. Según manifestó la joven, lo que había leído la estaba gustando mucho y le resultaba muy ameno.
A media tarde, cuando los hospitaleros hacían un alto en su tarea para tomar un café y fumar un cigarrillo, prepararon una infusión y se la llevaron a Rocío; se estaba sintiendo como si se encontrara en un hotel de muchas estrellas.
Por la noche, ayudó como todos los peregrinos a preparar la cena, esa noche se iba a hacer una gran cazuela de lentejas y una ensalada mixta. Cuando Rocío vio sobre la mesa los ingredientes que había para añadir a las lentejas, ella frunció el ceño y comentó:
—Yo, únicamente cenaré ensalada.
—¿Es que no te gustan las lentejas? —Pregunté — Son muy nutritivas y te van a ayudar a recuperar las fuerzas.
-Es que no puedo comer eso —dijo señalando el plato en el que estaba troceados el chorizo, la morcilla, la costilla y la panceta —soy vegetariana.
—No te preocupes —le dije —verás como para todo hay una solución.
—Pero es que si lleva…..
—Tranquila, verás como se soluciona —la interrumpí.
Después de hacer el sofrito, cuando ya llevaban las lentejas un buen rato hirviendo, antes de añadir la carne y el embutido, sacamos en una cazuela tres o cuatro cazos solo con la verdura y la legumbre.
—Así sí puedes comerlo —le dije.
—Sí —respondió —además tiene un aspecto estupendo.
Daba la sensación que al mediodía no había comido nada ya que saboreó con deleite los dos platos que la servimos, hasta que no pudo engullir más.
Nos sentimos muy halagados cuando nos comentó que desde que se encontraba en el Camino era el lugar en el que mejor se había sentido, no solo por el trato que habíamos tenido con ella y ella había observado que teníamos con todos los peregrinos que allí se encontraban, también el sitio le estaba transmitiendo una energía que no la había sentido en ningún lugar en el que antes hubiera estado.
Por la mañana, cuando bajó a desayunar, lanzó un grito de admiración al ver la mesa donde estaba el desayuno:
—¡No me lo puedo creer!, Cola-Cao y Nocilla, no los había probado desde que salí de casa, es mi desayuno favorito.
Creí que se iba a empachar untando la Nocilla en las galletas y en las rebanadas de pan que engullía con pasión y ansia, le serví un nuevo vaso de Cola-Cao y parecía que se recreaba sentada en aquella mesa, cogiendo las energías que iba a necesitar esa jornada.
Cuando se disponía a salir, en la puerta de Santuario, se vino hacia nosotros y dándonos un abrazo nos dijo:
—Gracias por haber conseguido que durante el tiempo que he estado aquí no haya echado en falta a mi mama.