El pequeño se asustó un poco por las efusivas muestras de cariño que mostraba aquel desconocido, pero ya estaba acostumbrado a los abrazos que la gente que llegaba al hospital solía darle cuando intimaban un poco con él.

El pequeño había crecido mucho, el aire de la montaña y la buena alimentación que allí recibía le habían permitido desarrollarse un poco más que a los niños de su edad.

Dejaron que siguiera con las oraciones y Bernard no pudo reprimir que una lágrima se deslizara por su mejilla cuando abandonaba la habitación.

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-Es la viva imagen de Marie – susurró – que recuerdos me va a traer de mi querida esposa.

-Consolaros pensando que su muerte no fue en vano, y fruto de ella surgió esta vida que ahora va a depender de ti.

Mientras cenaban algo que el hermano cocinero había preparado para el recién llegado, Bernard le fue poniendo al corriente de todo lo que le había ocurrido desde que hace ya muchos meses abandonó la seguridad del lugar en el que ahora se encontraba nuevamente.

Le habló de las personas tan influyentes que había conocido y de la misión que el maestre le había encomendado, aunque no le dijo que él era ahora el único que conocía el secreto del lugar en el que se habían ocultado los bienes de la Orden. Tampoco hacía falta, Rodrigo ya comenzaba a conocerlo y fue interpretando todo lo que Bernard le iba diciendo y lo que no podía decirle. Comprendió que ahora tenía una nueva misión que debía realizar allí, entre aquellos muros, pero no preguntó, estaba seguro que cuando Bernard pensara que era el momento de confesar todos los secretos que guardaba lo haría.

Rodrigo también le fue poniendo al corriente de las novedades que había en el Monasterio, cada vez estaban accediendo más peregrinos que cruzaban los Pirineos y llegaban allí un tanto desfallecidos, por lo que las atenciones de los hermanos que se ocupaban de recibir y acoger a los peregrinos eran fundamentales. Habían incrementado el número de monjes y habían duplicado los que se encargaban de esta labor.

Pero donde más se explayaba era cuando le contaba los avances que el pequeño estaba haciendo, le veían tan desenvuelto en cualquiera de las labores que había en el monasterio, que todos los hermanos se peleaban por que fuera su ayudante-aprendiz. La decisión salomónica que Rodrigo había tenido que adoptar era que todos pudieran disponer de él, así se lo iban repartiendo según las horas y los días de la semana.

También Isabel requería su cuota de tiempo con el pequeño. Muchos días venía por la mañana y se lo llevaba hasta su casa en donde pasaba todo el día, a veces se quedaba a dormir en su casa y le hacía compañía, sobre todo desde que el invierno pasado se quedó sola cuando una pulmonía se llevo a su marido.

Prolongaron durante mucho rato la conversación, después de haber cenado, Rodrigo sacó una botella de aguardiente y tomaron varias copas para celebrar el reencuentro.

Cuando vieron que ya era muy tarde, decidieron retirarse a descansar, más que nada porque Rodrigo veía el cansancio en el rostro de Bernard y pensó que era necesario que se fuera cuanto antes a descansar.

Cuando Bernard se encontró solo en el cuarto, los recuerdos de la primera vez que lo ocupó vinieron de nuevo a su mente, parecía que había sido ayer y sin embargo había pasado tanto tiempo.

Trataba de imaginarse qué hubiera sido de sus vidas si Marie no hubiera muerto. Ya nunca lo sabría, no podía cambiarse el destino, pero le gustaba pensar que ella se encontraba a su lado cuidando los dos del pequeño fruto del amor que tanto se tuvieron.

Durante la noche, en varias ocasiones, se despertó con la imagen de Marie en su mente, no podía apartarla de su cabeza y a veces en sueños venían los momentos felices en los que tanto se amaron durante su viaje; también los momentos tan dramáticos cuando tuvieron que cruzar los pirineos y nació el pequeño entre las manadas de lobos que les acosaban.

Fin del capítulo XXXVII

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