No soy muy de santos. Cada vez tengo más claro que las puertas del cielo se me cerraron hace tiempo y dudo que al menos se entreabran si algún día llamo a ellas.
Respeto a todos aquellos que aún creen y tienen esperanza. Pero hoy solo quiero fijarme en esos ritos relacionados con esta esperanza en algo posterior herencia de algo anterior. La preparación, el silencio, la ejecución de los movimientos. Lentos, acompasados, minuciosos. Las pisadas sobre la piedra. El fuego de las velas en la quietud de la noche perdido y desenfocado en el horizonte.
Y todo ello a orillas de un Duero tranquilo que cedió su protagonismo a las calles, esquivando las luces y calmando sus corrientes.
Calles donde la esperanza, la mía, pasó de largo y las aguas acabaron por llevársela al mar.