almeida – 20 de noviembre de 2014.
En un gesto de humildad, reconocía el poeta del pueblo su limitación en muchas de las artes, pero también nos confesaba que él era rico en historias porque sabía y conocía todos los cuentos.
Los pueblos están forjados a base de cuentos, son esos cimientos que van forjando una personalidad que se va asentando desde la más tierna infancia y se va adquiriendo una cultura y una sabiduría popular que es difícil que el tiempo pueda llegar a borrar.
En las largas noches de invierno, en los pueblos castellanos, era frecuente ver como al calor de la lumbre, los más pequeños escuchaban muchas veces pasmados a los mayores y esas historias que solo los abuelos sabían contar, no importaba que ya se hubieran escuchado antes porque siempre sonaban de una manera muy diferente.
Eran otros tiempos en los que afortunadamente no había televisión ni internet y los pequeños dejaban que su mente se abriera para recibir esas lecciones que el abuelo contaba y además aseguraba que eran ciertas porque él las había escuchado de su abuelo y los abuelos son incapaces de mentir. Y la mente de los niños trabajaba imaginándose esas historias en las que a veces se situaba de protagonista y se daba cuenta que la imaginación es uno de valores más importantes que tenemos porque con ella podemos vivir todas las historias y hacer realidad todos nuestros cuentos.
Algunos no hemos tenido la fortuna de contar con esa rodilla del abuelo sobre la que sentarnos mientras escuchábamos esas maravillosas historias que han ido forjando la esencia de nuestros pueblos, pero siempre podemos contar con alguien a quien imaginemos como ese ser entrañable y nos deleite con esos cuentos que nos fueron vedados cuando éramos niños.
Tábara, como todos los viejos pueblos castellanos están cargados de historias que se han convertido en cuentos y algunas más viejas han llegado a adquirir la categoría de leyendas y aunque carezco de esa lumbre en la que sentarme los días de invierno, sigo contando con la imaginación del niño y me doy cuenta que escuchar una buena historia es mucho más divertido que ver una película en la televisión, porque las situaciones que se desarrollan en cada una de las historias que escucho, las voy imaginando sin que otros lo hagan por mí.
He tenido la suerte de encontrar a Emeterio que disfruta contando las historias de su pueblo, esas que él escuchó de niño, las que fueron haciéndole como ahora es y no quiere que caigan en el olvido porque el día que lo hagan se irá perdiendo la memoria del pueblo y los pueblos sin memoria acaban por no ser nada.
Semanalmente, a través de estas páginas iremos publicando esas historias y esos cuentos de Tábara que seguro que a más de uno le harán esbozar una mueca de ilusión cuando las lean porque como decía antes, cuando las escucharon por primera vez se quedaron en su mente y aunque pasen muchos años, no se van a ir nunca de ella.
Pero las historias y los cuentos de Tábara no solo deben ser los que vayamos transcribiendo de los labios de Emeterio, hay muchas más que esperamos que vayan saliendo y entre todos podamos recuperar esa memoria que las nuevas tecnologías han ido eliminando sin que apenas nos diéramos cuenta.
Estamos a tiempo de recuperar esa chimenea imaginaria y que vayan fluyendo los cuentos, porque es nuestra deuda con las generaciones que nos preceden y cuando las historias nos fueron confiadas no era para que las guardáramos, sino para compartirlas con las generaciones siguientes.
Quienes tengan historias que merezcan ser compartidas, esperamos que se pongan en contacto con este periódico y entre todos seamos esa correa de transmisión que nunca debió detenerse.