almeida – 22 de abril de 2015
El ingenio suele carecer de límites para aquellos que saben cómo sacar provecho de cada situación que se presenta, aunque está represente una novedad, algunos encuentran la forma de exprimirla al máximo.
Había productos que difícilmente se encontraban en aquellos años en la mayoría de las casas y mucho menos, podían estar al alcance de los niños por lo que para la mayoría resultaban desconocidos. Pero ya se sabe de la curiosidad de los pequeños que las novedades les atraen de una manera especial y cuando descubren algo que les hace destacar ante los demás, ese día se sienten los dueños del mundo.
Uno de los niños que iba a la escuela había visitado a su abuelo que se encontraba en la cama, tenía una gripe muy fuerte y los médicos le habían recetado unas friegas en el pecho y mantener el ambiente con algo de eucalipto y había sobre la mesa del cuarto un bote llamativo de Vicks vapoRub que enseguida captó la atención del pequeño que sin pensarlo lo cogió y lo metió en su bolsillo pensando que sería alguna golosina.
Cuando se encontraba solo y abrió el bote, la desilusión fue grande porque aquello era incomible y además el aroma que tenía era tan fuerte que no le vio ninguna utilidad, pero cuando se fue a frotar los ojos, enseguida sintió un picor inaguantable y lejos de enfadarse, se alegró porque seguro que con aquello se podía hacer al día siguiente alguna cosa en la escuela.
Cuando se lo enseñó a sus amigos, algunos tocaron el borde del frasco y se llevaron los dedos a los ojos y los lagrimones que tenían eran considerables, pero a Emeterio se le encendió la luz y pensó en sacar provecho de aquello y comenzó a mirarlo de una forma extraña para que el resto de los niños que se encontraba en el patio se interesaran por aquel frasco de color verdoso que tanto llamaba la atención de Emeterio y pronto se fue haciendo un corrillo a su alrededor.
-¿Qué estas mirando? – le preguntaban la mayoría de los niños y niñas que iban pasando a su lado.
-Mirando por aquí, se ve una tía en bolas – les decía a los chicos. Y cuando era alguna niña la que preguntaba la decía que se veían las estrellas y todos querían mirar por el borde de aquel bote.
Cuando lo apartaban porque no veían nada, se lo decían y él les aseguraba que si se frotaban los ojos comenzarían a verlo con más claridad.
Ese día, la mayoría de los que entraron a la escuela lo hacían llorando y soltaban unos lagrimones que asustaron a los maestros que por más que preguntaban no sabían cuál había sido el motivo de aquel llanto tan generalizado, porque ninguno se atrevía a reconocer su candidez de haberse dejado engañar de aquella manera.
Aunque siempre estaba el clásico chivato que se iba de la lengua y lo contaba todo y a pesar que el frasco no era de Emeterio, para no variar, las culpas siempre recaían en el mismo.