almeida – 15 de enero de 2015.
Reconoce Emeterio que de la candidez de sus primos siempre ha sabido sacar algún provecho o cuando menos se ha pasado un rato divertido con algunas
situaciones que ha sabido provocar.
Cuando se fue haciendo mayor, muchos de los familiares emigraron a diferentes zonas de la geografía en las que había más oportunidades que en el pueblo y contaba con primos en el norte, en el centro y en el oeste de toda la geografía, pero siempre acababan regresando al pueblo, bien fuera en la fiesta o en las vacaciones y el hábito de seguir siendo su anfitrión cuando volvían al pueblo no se había perdido.
Con el paso del tiempo, una de las cosas que más agradaba a Emeterio era en los días de otoño, cuando comenzaba a anochecer, llamaba a su perro y los dos daban un largo paseo hasta el bosque. Eran esos momentos en los que los silencios pueden llegar a escucharse y parece que los sentidos se van agrandando de una manera increíble.
Cuando llegaban al bosque pasaban junto a un enorme roble en el que el perro se detenía y se ponía tenso, las orejas se estiraban y el rabo se alargaba hasta el infinito mientras que todo su cuerpo se ponía en tensión. Eran unos instantes que a Emeterio le apasionaban porque en el roble todas las noches se refugiaba una gran colonia de milanos reales que esparcían sus excrementos y parte del plumaje en el suelo, alrededor del árbol y eso agudizaba los instintos del animal.
El milano real es un ave individualista hasta que va formando colonias, resultan espectaculares con una envergadura que en ocasiones puede alcanzar los dos metros y medio.
La excitación del perro iba en aumento hasta que no podía contenerse y comenzaba a ladrar y en ese momento parecía que la noche se rompía y el silencio con el que habían caminado hasta entonces daba paso a unos graznidos de 40 o 50 animales que creaban una atmósfera un tanto tétrica, sobre todo en esas noches cerradas cuando la luna apenas emite ningún resplandor.
Siempre era lo mismo, una vez que traspasaban el roble volvía de nuevo la paz y el silencio que según iban adentrándose en el interior del bosque parecía contagiarlo todo y los animales nocturnos al sentir la presencia de extraños mantenían un silencio de muerte para no delatarse.
En aquellas fechas emitían por la tele una serie de terror que semanalmente congregaba alrededor de la pequeña pantalla a los amantes de ese genero y un día que se encontraban dos de los primos recién llegados, el programa giraba en torno a un hombre lobo y en esta tierra en la que estos animales han creado su hábitat cerca de la población, las historias de los lobos siempre han asustado a los niños y esos recuerdos no han desaparecido con el paso del tiempo, por lo que este programa impactó de una manera especial a muchos tabareses que lo vieron.
Cuando terminó la película, como habitualmente hacía Emeterio se preparó para dar ese paseo nocturno y los primos que no le dejaban en ningún momento le dijeron que le acompañarían, tal y como Emetrio esperaba que hicieran.
Según iban saliendo del pueblo, y con el susto todavía en el cuerpo por la película que acababan de presenciar, Emeterio les fue advirtiendo que iban en dirección a una zona en la que los lobos suelen hacer alguna escaramuza. Él llevaba el perro y un machete, pero ellos iban sin nada por lo que les aconsejaba que se volvieran. Pero los primos ya habían sufrido de niños muchas de las bromas pesadas de Emeterio y ahora eran mayores y ya no se sentían aquellos enclenques de hace años, por lo que cada uno de ellos cogió un garrote y mostrándoselo le dieron a entender que también iban preparados para cualquier adversidad.
Según iban caminando, Emeterio fue poniendo en situación lo que esperaba que aconteciera y las historias de lobos fueron sucediéndose como si la película no se hubiera terminado, pero los primos se mostraban valientes y además conocían bien a quien tantas bromas les había hecho cuando eran pequeños y no estaban dispuestos a demostrar ningún ápice de miedo.
La oscuridad era total, solo de vez en cuando, un haz de luz salía de la linterna que llevaba Emeterio para ver en los cruces de caminos cual era el que debían seguir, pero una vez encarrilados de nuevo volvía la más completa oscuridad.
Les fue conduciendo en dirección a ese lugar tan conocido por él, no hacía falta encender la linterna porque sabía casi de memoria cada pliegue del terreno y cada rodera del camino y cuando se encontraba a unos metros del roble que acogía a los milanos reales, cuando sintió que el perro se ponía tenso se detuvo y los primos hicieron lo mismo que él.
En ese momento encendió la linterna y todos pudieron comprobar como el perro se ponía tenso y al ver el haz de luz comenzó a ladrar mientras Emeterio no hacía más que gritar:
-¡El lobo, el lobo!
Ante los gritos y los ladridos, los milanos comenzaron a graznar emitiendo unos sonidos que parecían de ultratumba. La noche se llenó de gemidos de terror y el silencio se convirtió en una orgía de gritos que salían por todos los lados; los milanos, el perro, Emeterio, resultaba una escena terrorífica y sobre todo dantesca, como salida de la más retorcida mente que pueda imaginarse estas situaciones que no son reales.
Emeterio estaba disfrutando como nunca de aquella situación que se había producido y enseguida se dio cuenta que se encontraba completamente solo, únicamente el pero permanecía a su lado, pero los dos primos habían desaparecido como por arte de magia.
Prolongó todo lo que pudo este momento especial hasta que al no escuchar a ninguno de sus primos se preocupó por la reacción que hubieran tenido y cuando los milanos comenzaron a dejar de graznar, encendió de nuevo la linterna y fue dirigiendo en todas las direcciones el haz de luz para ver si encontraba a alguno de aquellos infelices y les tranquilizaba.
Escuchó como uno de sus primos le llamaba, bueno más que llamarle emitía quejidos porque en su desesperada huida se había metido en un agabanzal y tenía todo su cuerpo rasgado y debieron estar varios días extrayéndole pinchos porque se habían incrustado hasta en las pestañas.
El otro primo al salir corriendo se había metido en un terreno fangoso y se había tirado allí tratando de ocultarse y su cuerpo parecía que se convulsionaba de la histeria que le había entrado por el pánico que tenía.
Viendo que no reaccionaba, Emeterio comenzó a darle hostias en la cara para ver si se le pasaba la histeria y reaccionaba y no sabe si fueron las bofetadas o qué todo se fue calmando cuando el primo comenzó a balbucear algunas palabras pidiéndole encarecidamente que regresaran al pueblo.
Cuando pasaron un par de días, estuvo tentado de contarles la broma, pero lo pensó mejor y de esa forma pudo disfrutar los días que los primos siguieron en el pueblo de esa soledad que tanto buscaba por las noches, porque cuando se sentía agobiado con su presencia solo tenía que decir que se iba a pasear al monte para que ellos buscaran cualquier excusa para no acompañarle.