almeida – 9 de abril de 2015.

Seguramente, en la mayoría de las historias de Emeterio había otros protagonistas que hacían mayores trastadas que él, pero ineludiblemente, las culpas casi siempre las cargaba el mismo porque cuando crías cierta fama, sabes que siempre las miradas se dirigen hacia el mismo sitio y hayas sido o no el principal protagonista de lo que ha acontecido, al final el muerto se lo acaba cargando siempre el mismo.

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                En Tábara, siempre ha existido una escuela para acoger a la numerosa prole que en los años sesenta correteaba por las calles del pueblo, pero llegaron años, sobre todo en la década de los setenta donde la natalidad dejó de ser tan abundante y sobre todo la emigración a otros lugares en los que poder salir adelante con menos penurias que hizo que la población infantil fuera mermando de una manera importante.

                Pero era algo que ocurría en todos los pueblos de los alrededores y mientras las poblaciones grandes consiguieron mantener abiertas algunas infraestructuras imprescindibles, en otros sitios se vieron obligados a cerrarlas por falta de demanda y cuando esto ocurría en los pueblos de las cercanías se fue agrupando a los niños para que fueran al colegio que mantenía sus instalaciones completas.

                Esto llegó a provocar situaciones bastante tensas, porque los niños se iban agrupando por pueblos y en ocasiones se iban larvando tensiones que cuando estallaban llegaban a provocar algunos conflictos serios que siempre se saldaban con algún que otro escalabrado en cualquiera de los bandos, porque según aseguraba Emeterio, en algunos pueblos había elementos muy bragados que no se echaban atrás ante nada ni ante nadie, aunque estuviera en inferioridad manifiesta de ventaja.

                En cierta ocasión, ocurrió algún suceso que no se había notificado a los alumnos que se encontraron la escuela cerrada y según iban pasando los minutos, por allí no aparecía nadie que diera una explicación, por lo que haciendo gala de la autoridad que tenía entre el resto de los alumnos, Emeterio se erigió en portavoz y dijo que ese día había novillos para todos, no había escuela.

                Ninguno pidió una explicación porque para todos era lo que más deseaban, un día de libertad sin tener que pasarlo sentados en el pupitre por lo que enseguida se produjo una desbandada general y la mayoría se dirigieron a las eras.

                Únicamente los más responsables y seguramente los más pánfilos fueron los que esperaron en el patio la llegada de los maestros que se produjo casi enseguida que la mayoría hubieran desaparecido.

                Como siempre ocurre en estos casos, hay un tonto o una tonta del bote que para ganar méritos no solo se chivó a los maestros de lo que había pasado sino que le dio pelos y señales de quien había provocado aquella desbandada.

                Los maestros con los más mayores se fueron hacia las eras y fueron advirtiendo a todos las consecuencias que tendría el que no acudieran a clase, pero Emeterio resistió como pudo, era quien había organizado aquella revuelta y no podía echarse atrás y si lo hacía sería obligado y el último en acatar aquellas órdenes y fue cediendo hasta que se vio arrinconado en un prado donde ya no podía retroceder más.

                Al ver a uno de los que creía de los suyos al frente de aquella persecución le hizo explotar y con gran enfado fue profiriendo todo tipo de insultos y cuando ya no se le ocurría ninguna palabra más que pudiera mostrar el malestar que tenía cogió un canto del suelo y lo lanzó a aquel infeliz al que le abrió una brecha en la cabeza y no le quedó más remedio que regresar a la escuela con todos los demás.

                Ese día los maestros estaban de excesivo mal humor por lo que había acontecido y cualquier cosa que los chicos hacían les exasperaba de una manera especial, pero también los niños se encontraban un tanto inquietos y exaltados por lo que volvió a saltar esa chispa que no se sabe nunca cómo puede sofocarse.

                Una de las maestras, ante alguna impertinencia de alguno de los niños se fue hacia él con la intención de pegarle. Era algo frecuente en aquellos años que se aplicaba el dicho de “las letras con sangre entran”, tiempos afortunadamente superados pero entonces la vara o la regla estaban más en las manos de los maestros que la tiza con la que plasmar lo que deseaban enseñar.

                Al ver que uno de la cuadrilla de Emeterio iba a ser víctima de la ira de aquella maestra, como si un instinto aletargado le dijera lo que tenía que hacer, se levantó del pupitre como impulsado por un resorte y se fue hacia ella y ese gesto fue seguido por algunos más de la banda.

                Cuando consiguieron reducir las intenciones de la maestra y ésta se vio sorprendida por aquella inesperada reacción, no sabía qué hacer, como tampoco sabían que hacer los alumnos que ahora solo podían esperar el castigo al que se habían hecho merecedores.

                Pero hay mentes que no dejan de trabajar en ningún momento y casi sin dar tiempo a ninguna reacción, Emeterio pidió que le trajeran una cuerda y ataron a la infeliz maestra a la pata de la mesa para inmovilizarla, con la esperanza que se le pasara el enfado y el castigo fuera menor, aunque no se libraron de él a pesar del tiempo que permaneció atada antes que los demás maestros se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo y acudieran en su auxilio.

                La reacción fue como siempre y el que más fama tenía, fue el que aglutinó la mayor parte de las iras de los maestros y las que sabía que le esperaban cuando llegara a su casa.

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