almeida – 16de enero de 2016.
El obispo Atilano,
se alejaba de su pueblo
al sentir que su rebaño
ya no le guarda respeto
Cuando pasó sobre el río,
sacó su anillo del dedo
y lo arrojo a las aguas,
por creer no merecerlo
Deambuló por muchas tierras,
también llegó hasta otros reinos,
trabajó en mil oficios
para ganar su sustento
Cuando estaba más perdido,
limpiando pescado fresco
en las tripas de aquel pez,
se reencontró con su anillo
Aquello fue una señal,
tenía que comprobarlo,
guardó todo en sus alforjas
y desando lo que había andado
No pudo cruzar el río,
porque el día que partió
se desató una tormenta
que hasta el puente se llevó
Cuando las gentes del pueblo
vieron al pastor perdido,
con cánticos y algaradas
se fueron a recibirlo
Comprobó que en su ausencia,
el rebaño arrepentido
imploraba todos los días
el regreso del santo perdido
Ahora las buenas gentes,
le guardan gran devoción,
le veneran como a un santo
y le hacen su patrón