Cuando se encontró en Paris, trató de ponerse en contacto con aquellos a los que su señor siempre tenía a su lado, pero Bernard se fue dando cuenta que el golpe que habían dado estaba perfectamente estudiado. Habían sabido ir a la columna vertebral de la Orden, apresando a la vez a los miembros más relevantes de la misma y asestándola un golpe mortal del que no se pudiera levantar.

Bernard aún disponía de influencia, sabía donde conseguir dinero y como comprar algunas voluntades para poder visitar a su señor en la cárcel. Allí recibiría órdenes sobre lo que podría hacer para tratar de reestablecer la situación.

La celda en la que se encontraba apenas se mantenía iluminada con la luz de dos antorchas, estaba situada en los sótanos de una antigua fortaleza y las paredes rezumaban humedad por todos los lados. El hedor que desprendían los cuerpos de las dos docenas de personas que se encontraban apiñadas en el pequeño recinto de sólidos muros de piedra, hizo que nada más traspasar la puerta sintiera un asco momentáneo, pero su olfato se fue  acostumbrando a esta pestilencia. Bernard miró en todas direcciones hasta que localizó a su señor, su amigo estaba junto a otras personas de la Orden que habían corrido la misma suerte que él.

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Cuando vio al Gran Maestre, que siempre se había mostrado altivo y orgulloso, sujeto con cadenas y con el rostro decrépito, enseguida se dio cuenta de las penurias por las que le estaban haciendo pasar, el castigo físico al que estaba siendo sometido, aunque aún no se había ido del todo el porte que tantas veces se mostró desafiante.

—Señor —dijo Bernard —que puedo hacer por vos.

—Nada mi fiel amigo, no te preocupes por mí, lo que debes hacer es transmitir algunas órdenes que te voy a dar. Es importante que sigas al pie de la letra cuanto te voy a decir.

—No disponemos de mucho tiempo —dijo Bernard, viendo que el guarda se mostraba impaciente e inquieto –he conseguido poder veros, pero no puede ser más que unos minutos, pues el otro vigilante llegará de un momento a otro.

—Pues entonces no perdamos más tiempo, escucha bien todo lo que te voy a decir y trata de llevarlo a cabo. En esta celda estamos veintidós personas, todas han sido colaboradoras mías y me temo que aquellos que pudieran organizar a nuestros seguidores, se encuentren en la misma situación que nosotros, aunque en diferentes prisiones. Vete de París, aquí ya nadie está seguro, y dirígete hacia el sur. Tú conoces a los caballeros que nos son fieles, aunque no debes fiarte de nadie, ya que los tiempos y las voluntades están cambiando. Eres listo y enseguida sabrás con quién podemos contar y de quiénes podemos fiarnos. Sé que ahora irán por las personas que estáis en segunda fila. Al igual que tú, hay más compañeros que tienen suficiente conocimiento e información sobre los recursos de que disponemos, así como de los lugares en los que se encuentran. Os habéis convertido en personas tan valiosas o más que nosotros, por eso no debéis dejar que os apresen. Procura pasar desapercibido, contacta con los caballeros que aún están libres y nos son fieles, con las encomiendas y preceptores que se encuentren en tu ruta. Permanece oculto hasta que tengas una señal mía o de la Orden, entonces debes disponer de todos los recursos que aún mantenemos para iniciar un ataque contra los que nos han traicionado. Los bienes que aún no han sido requisados en las encomiendas, debes ponerlos a salvo para que nos puedan servir más adelante y sobre todo para que no caigan en manos de nuestros enemigos y los haga todavía más poderosos.

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