—Soy escultor, trabajo la piedra y a veces la madera. Hago tallas para los templos, pero por aquí ya no se va a levantar ninguno, por eso me voy al sur, donde he oído que se están construyendo grandes iglesias con las donaciones que hacen los peregrinos que se dirigen a Compostela. ¿Y usted a qué se dedica?
—Yo —se quedó pensando Bernard —soy comerciante de telas. Quiero aprovechar la peregrinación para ver si abro nuevos mercados o encuentro productos que pueda traer a París para vender, ya sabe como somos los comerciantes, siempre buscando dónde se puede encontrar el negocio.
—¡A ver, que viene la carne! —gritó la posadera dejando una gran cazuela humeante de carne con patatas y verdura encima de la mesa –. Sírvanse ustedes antes de que se enfríe – les dijo a los seis que se encontraban cenando.
Bernard acercó la fuente hacia los jóvenes que parecían necesitar el alimento más que él, los tres se sirvieron una generosa ración que dejó la cazuela con algo menos de la mitad del contenido que tenía al comienzo.
—Están en época de crecer —se excusó su padre —desde esta mañana no han comido nada y ya sabe lo que son los jóvenes, parece que no tienen fondo.
—No se preocupe y sírvase usted —dijo Bernard —nosotros hemos comido y tampoco es bueno que nos vayamos a la cama con el estómago lleno, de lo contrario, nos costará conciliar el sueño.
Cuando finalizaron la cena, se despidieron de sus compañeros de mesa y del posadero, con quien quedaron al amanecer para que les ayudara a colocar las cosas sobre sus monturas y les abriera las caballerizas.
Cuando regresaron al cuarto les pareció más deprimente que al llegar, ahora se fijaron en algunos detalles, además de la simpleza de los muebles que tenía, se notaba que estaba un tanto abandonado pues la suciedad era ostensible en la mayoría de los rincones del cuarto. También las sábanas estaban un tanto descuidadas, por lo cual Marie las había apartado dejándolas sobre una silla y poniendo en su lugar una manta que ellos llevaban.
Bernard tardó en conciliar el sueño, mentalmente fue analizando todo lo que debía hacer, además de lo que su señor le había pedido, él quería ver qué era lo que aún faltaba y deseaba que le surgiera alguna idea que pudiera ayudar a la liberación de su señor.
Cuando Marie se despertó, él ya llevaba una hora levantado, había recogido todas las pertenencias que llevaban dejándolas junto a la puerta, mientras su mujer se arreglaba y se vestía, fue acercando las cosas hasta la cuadra, en la cual el posadero ya estaba ensillando las caballerizas.
—Hay leche de cabra caliente en la cocina por si usted y su esposa quieren salir con el estómago caliente —dijo el posadero.
—Está bien —dijo Bernard —yo tomaré un poco de vino caliente con un poco de embutido y pan.
Marie, al ver a su esposo en la mesa, se sentó junto a él y fue añadiendo unas migas de pan en el tazón con la leche caliente que agradeció ingerir a cada uno de los sorbos que daba.
Le dio dos monedas al posadero y éste se mostró excesivamente generoso, lo que hizo pensar a Bernard que se había excedido en el pago por el servicio, ‘debería ser en adelante un poco más comedido, sobre todo para no levantar sospechas’. Disponía de mayores recursos que quienes caminaban a su lado, por eso debería ser más prudente de ahora en adelante.