Permanecieron toda la noche abrazados y por primera vez en los sueños de Bernard aparecía una criatura que era su viva imagen, era la sangre de su sangre, ese ser con el que algunas veces había soñado, pero que en esta ocasión lo veía muy real.
Se levantaron más relajados y animados que ningún día, Bernard abrió la ventana apartando el cubre ventanas de madera que tenía y le dijo a Marie:
—Hoy ha salido un día radiante, presiento que vamos a tener una jornada inolvidable.
-Más que la de ayer no creo —dijo con algo de picardía su mujer.
—Quién sabe, igual hasta conseguimos superarla.
—Si conseguimos superarla, entonces, sí que será inolvidable.
Bernard besó con ternura los labios de Marie y fue recogiendo las cosas que había en la habitación, guardando todo en los baúles; mientras Marie, algo más perezosa que de costumbre, acababa de levantarse.
Reiniciaron el viaje despreocupados, pero con la felicidad que se reflejaba cada vez que sus ojos se cruzaban. Cuando estaban a punto de llegar a un bosque vieron que cuatro soldados tenían retenidos a tres viajeros y la preocupación se reflejó de inmediato en el rostro de Bernard.
—No digas nada, déjame que sea yo el que hable.
—¡Alto! —dijo el soldado que se encontraba unos metros por delante del pelotón. ¿A dónde se dirigen?
—Somos dos peregrinos que vamos hacia Compostela —dijo Bernard —queremos llegar hasta Le Puy y allí incorporarnos a alguna caravana o algún grupo de peregrinos.
—Tienen que detenerse —dijo el soldado.
—¡Detenernos! ¿Por qué?
—Se han producido algunos ataques a los viajeros en el bosque, salteadores de caminos que les roban las pertenencias que llevan y tenemos la orden que nadie cruce el bosque sin protección.
La tranquilidad volvió de nuevo a la pareja que pensaban inicialmente que aquel control se había puesto por ellos, pero se calmaron al comprobar que era solo una medida preventiva que no tenía nada que ver con su presencia allí.
—¿Y cuánto tiempo estaremos retenidos?
—Esperaremos hasta que llegue la patrulla que está conduciendo al grupo que se encuentra atravesando el bosque, cuando los dejen sanos y salvos en el pueblo regresarán y nosotros acompañaremos a los que hayan llegado.
Un sacerdote montado en un burro y dos mujeres que llevaban un carro con productos de su huerta se fue integrando en el grupo y cuando regresaron los soldados, formaron una columna con los ocho viajeros que estaban esperando. Dos soldados encabezaban la marcha, en medio estaban los viajeros y cerraban la columna otros dos soldados.
El bosque tenía unas cinco leguas de largo y contaba con una vegetación muy tupida, era el lugar propicio para asaltar a los que iban por el camino, ya que una vez que se introdujeran en la espesura, resultaba muy difícil seguir una pista.
El cura acercó su burro a la mula de Bernard, se le veía ansioso de entablar conversación y conocer más de cerca a un peregrino.
—Qué envidia me dais —dijo.
—¿Por qué padre?
—Lo que daría yo por hacer lo mismo que vosotros, muchas veces he pensado peregrinar hasta la tumba del Apóstol y siempre digo que lo haré el año siguiente, pero no puedo dejar la iglesia tanto tiempo abandonada y no me envían un sustituto, pero un día espero cumplir mi sueño.
—No hay que desesperar —dijo Bernard —verá como cuando menos lo espere pueda hacerlo.
—Dios te oiga hijo, tengo tantas ganas que no quiero morirme sin peregrinar.
Uno de los soldados se acercó hasta donde estaban el cura y Bernard, no se atrevió a interrumpirles hasta que sus miradas se cruzaron.
—Van ustedes a Santiago —dijo.
—Sí, esa es nuestra intención, allí queremos llegar —dijo Bernard.
—Quería pedirles una cosa —manifestó con algo de timidez.
—Usted dirá y si está en mi mano hacerlo cuente con ello.
—Quería que dejaran esto en la catedral de Santiago —mostró una pequeña medalla de plata de la Virgen de Notre Dame. Es de mi hija que se encuentra muy enferma, nació ya con problemas y solo un milagro puede hacer que mejore.