
—Nunca les olvidaré, a ninguno —dijo Bernard mientras se subía a la mula y salía por la puerta del monasterio.
En varias ocasiones volvió su cabeza y con la mano se despidió de quienes tanto le habían enseñado, sobre todo esa humanidad que logró percibir en todas las acciones que realizaban.
El sobrino del sacerdote montado sobre su caballo iba por delante, llevaba en su mano las bridas del asno que llevaba la carga. Unos metros detrás, sobre sus mulas, pero cogidos de la mano iban Bernard y Marie que apenas hablaban, se contentaban con mirarse a los ojos, en esa mirada se decían todo y se expresaban lo que no se habían dicho en los últimos meses.
Después de una hora de viaje estaban entrando en la ciudad; fueron directamente a la parte trasera de la iglesia donde el padre Michael ya les estaba esperando con algo de impaciencia.
—Creí que no iban a llegar nunca —dijo cuando estuvieron en su presencia.
—Ya estamos aquí, ha sido un viaje y un día largo, sobre todo el que ha tenido que hacer mi esposa.
—Les he preparado un cuarto en el que podrán descansar hasta que lleguen los peregrinos que se encuentran en camino. Cuando me avisen de que han llegado iremos a verles, se los presentaré y saldrán con ellos mañana.
Cuando Bernard y Marie se encontraron solos en el cuarto, la pasión de tantos meses acumulada en sus cuerpos se desató de golpe. Sus labios se buscaron y se besaron con tanta pasión como no recordaban haberlo hecho nunca.
Bernard fue desprendiendo de su ropa a Marie y cuando se quedó completamente desnuda, la vio más hermosa que nunca. Se le notaba la prominencia de su tripa y colocó su mano sobre ella acariciándola y transmitiendo ese cariño al ser que se estaba desarrollando en su interior. La recostó sobre la cama y fue besando cada centímetro de su cuerpo percibiendo como se estremecía con cada una de las caricias que los labios hacían en las zonas más sensibles de su piel hasta que la excitación llegó a su punto más álgido y fue introduciéndose con suavidad en el cuerpo de su amada hasta que después de rítmicos movimientos, la pasión que rebosaba en su cuerpo se desbordó inundando el interior de Marie que sintió la calidez que le estaba proporcionando su marido.
Abrazados permanecieron más de dos horas sobre la cama hasta que le avisaron que debían ir al encuentro del grupo que acababa de llegar a la ciudad.
—Me han dicho que son tres familias y alguna persona que se ha incorporado a su grupo —dijo el sacerdote.
—¿Son todos peregrinos?
—Bueno, las familias van en busca de mejor fortuna, como no tienen nada, han dejado su aldea y van en busca de un mejor porvenir. Han elegido esta ruta como podían haber ido en cualquier otra dirección, pero algún paisano que regresaba de Santiago les ha comentado que encontrarán trabajo una vez que pasen los Pirineos.
—¡O sea, como nosotros!, en busca de un futuro mejor.
—Siempre estamos buscando y labrándonos nuestro futuro, lo hacemos a diario —dijo Michael.
El grupo se había detenido a la entrada de la ciudad, habían acampado en una arboleda junto al río y se disponían a cenar lo que estaban asando en una gran hoguera.
—Buenas noches —dijo Michael.