Bernard se sentía reconfortado después de la conversación que había mantenido con el prior, no parecía la misma persona que unas horas antes deambulaba por el monasterio. Ramiro se dio cuenta del cambio que había experimentado cuando le vio entrar en la celda en la que se encontraba dando de comer al pequeño.
—Ya está terminando —dijo el monje al verle entrar.
—Déjemelo un momento —dijo Bernard.
El monje se dispuso a salir del cuarto después de dejar al niño en los brazos de su padre.
—No se vaya, quiero hablar con usted.
Ramiro se extrañó de aquella petición ya que en el tiempo que llevaban juntos en muy contadas ocasiones habían tenido la oportunidad de intercambiar más que los saludos habituales de cortesía.
—Usted me dirá —dijo el monje.
—Acabo de estar hablando con el prior, supongo que él se lo contará más tarde; hemos considerado la conveniencia de que debo proseguir mi viaje porque tengo cosas importantes que debo realizar.
—Sentiré mucho separarme del niño, le había comenzado a coger mucho cariño.
—No tendrán que separarse, debido a la naturaleza de las cosas que tengo encomendadas llevar al niño dificultaría mi trabajo, por eso hemos considerado que lo más conveniente es que se quede aquí en el monasterio y sea usted quien esté a su cuidado.
—¿Y el prior está de acuerdo? —preguntó el monje.
—Él ha sido quien me lo ha propuesto, ¿qué me dice usted?
—Que puede marcharse tranquilo, le cuidaré como si fuera mi hijo, no sabe la alegría que me da lo que acaba de decirme pues pensaba que tendría que separarme de él, me había acostumbrado a su presencia y me resultaría muy dura la separación.
—Lo sé, por eso me voy contento porque sé que estará muy bien cuidado. Otra cosa más quería decirle.
El monje de nuevo cambió el semblante tratando de imaginar lo que Bernard le quería comentar.
-Como sabe, mi intención era que Marie fuera quien le pusiera el nombre al niño cuando lo bautizáramos, pero eso ya no va a poder ser, había pensado que como va a quedarse a su cargo, si a usted le parece bien, me gustaría que llevara su nombre.
—¿Ramiro? —preguntó el monje.
—Sí, Ramiro
—Hoy va a ser el día más importante de mi vida por las dos alegrías que me acaba de dar.
—Pues si está de acuerdo, mañana antes que yo me vaya, le bautizaremos con su nombre.
—Claro que estoy de acuerdo, es un gran honor para mí y verá como no se arrepiente y cuando venga a recogerlo se sentirá orgulloso de él.
—De él y de usted, pero no hace falta esperar a que pase el tiempo, ya lo estoy, los dos me han dado motivos suficientes para ello.