—Gracias —dijo Bernard —gracias a todos porque desde que llegué he sentido la compasión, el cuidado y sobre todo el cariño de todos vosotros. Tengo una enorme deuda con este lugar, sólo espero que el Señor guié mis pasos y me permita que algún día pueda saldarla. Aquí se queda lo más importante que hay en mi vida, por lo que mi corazón se sentirá roto y no se recuperará hasta que regrese. Espero poder hacerlo cuanto antes, como ha dicho Rodrigo, tengo una misión importante que requiere mi ausencia, no sé por cuánto tiempo estaré ausente, pero tener presente que cada día, antes de dormir, rezaré por todos vosotros y pediré al Señor que ése sea el último día que me tenga alejado de aquí.
De nuevo todos los monjes fueron saliendo en orden de sus asientos y formaron dos filas que les conducían hasta donde se encontraba Bernard, fueron estrechando su mano deseándole buen viaje y éxito en el cometido que tenía que hacer.
El prior lo condujo hasta las caballerizas, allí se encontraban sus mulas junto a los animales que el monasterio tenía como ayuda para hacer las tareas del campo.
—Coge los animales que necesites para tu viaje – le dijo.
—Llevaré las dos mulas con las que llegué, ya me he acostumbrado a ellas y creo que también ellas se han acostumbrado a mí.
Se despidieron marchando cada uno a su cuarto, ahora que nadie les veía, se dieron un abrazo muy sentido en el que tuvieron la oportunidad de, en solo unos instantes y sin mover sus labios, decirse muchas cosas que había en sus corazones y a veces las palabras son incapaces de expresar.
Fin del capítulo XIX