
—¡Dios mío!, que inconscientes —dijo el monje viejo – afrontar este tramo esperando una criatura, podían haber muerto los dos.
—Es que se ha adelantado su nacimiento —se justificó Marie —no le esperábamos hasta dentro de dos o tres semanas.
—Pobre criatura —siguió diciendo el monje viejo —vaya futuro que va a tener con unos padres tan inconscientes. Démelo, ya lo llevo yo no se le vaya a caer.
—Gracias —dijo Marie —ya casi no tenía fuerzas para sujetarle.
El viejo fue acariciando con su dedo la barbilla del niño y por primera vez éste hizo un gesto que parecía una sonrisa.
—Me ha sonreído —dijo el monje mientras le hacía carantoñas.
Penetraron en los muros del monasterio y enseguida una docena de monjes rodearon sorprendidos a los recién llegados.
—Ya les he dicho que son unos inconscientes —siguió rezongando el viejo —y además con una criatura que se ha podido morir con la nieve que ha caído.
—Aprisa, dijo uno de los monjes que acababa de llegar, la mujer no tiene muy buena cara, se le ha ido el color.
Se abalanzaron hacia Marie para ayudarla a descender de la mula, ella al sentirse a salvo y al ver que su hijo estaba bien atendido con una sonrisa agradeció a todos la generosidad con la que les habían recibido y al sentir que varias manos trataban de cogerla para hacerla bajar de la mula perdió de nuevo el conocimiento.
Cuando la separaron de la mula, vieron que el lomo sobre el que había estado sentada se encontraba completamente ensangrentado, al quitarle la manta que la envolvía, todo el vestido se había teñido de rojo.
—Vamos, no molestéis dijo el monje viejo —ir a buscar a Isabel, que esta mujer se encuentra muy mal y necesita su atención.
La introdujeron en un cuarto y la tendieron sobre la cama, Isabel vivía en una casa cerca del Monasterio y se acercó en el momento que requirieron su presencia. Siempre acudía en situaciones similares y sabía lo que tenía que hacer con las peregrinas que solían llegar en muy malas condiciones a este oasis del camino.
Fin del XV capítulo