
Éstos, al ver la invitación, aceptaron e invitaron a Bernard a que se sentara junto a ellos.
—¿Es usted un peregrino?
—No, soy comerciante de telas —dijo Bernard —y estoy buscando nuevos lugares en los que distribuir mis productos.
—Pues ha venido al sitio adecuado, éste es el lugar más rico de todo el Reino, como habrá podido ver, los comercios florecen cada día y también crece la población.
—Acabo de llegar, soy nuevo aquí y aún no me ha dado tiempo de ver nada.
—En la parte alta —dijo el tabernero —es donde se establecen sus paisanos, todos los francos cuando llegan y quieren establecerse se van allí y al fondo de esta calle está el barrio de los judíos.
—La primera impresión que me ha dado nada más llegar ha sido muy buena, me quedaré unos días aquí para conocer mejor el pueblo y ver si puedo hacer algún negocio.
—Si vende telas —dijo uno de ellos —mi hermano es comerciante, el más importante del pueblo y tiene un comercio en la plaza mayor, se llama Evaristo, vaya a verle y dígale que va de mí parte.
—¿Y usted como se llama? —preguntó Bernard.
—Fernando, me llamo Fernando.
—Pues nada Fernando, iré a verlo y le diré que voy de parte de usted. Y qué más cosas puedo ver en este pueblo.
—Vaya el domingo a la misa mayor, es a las doce, allí podrá ver a todas las personas importantes del pueblo. Se celebra en la iglesia de San Pedro y a media legua de aquí está el monasterio, es el más grande de la comarca.
—Pues les haré caso y seguiré sus consejos, ahora me voy a ir a descansar, ya nos veremos otro día porque estaré unos cuantos días por aquí.
Bernard se levantó y se despidió de todo el grupo. Se sentía algo mareado ya que el vino había causado su efecto en el organismo, decidió pasear junto al río para ver si se le pasaban los efectos antes de irse a la posada.
—¿Va usted a cenar? —le preguntó la posadera al verle entrar.
—Solo quiero una sopa, pero sin vino, creo que ya he tomado suficiente por hoy.
La sopa de verdura que le sirvieron parece que le reanimó algo el estómago que lo sentía revuelto. No estaba acostumbrado a beber tanto y hoy había cubierto el cupo de varios días. Cuando tomó el cuenco de sopa se retiró a su cuarto a descansar.
Al día siguiente fue recorriendo nuevas calles del pueblo, cada vez le gustaba más este lugar. Llegó a la plaza mayor y vio la tienda que Fernando le había recomendado, pero no entró en ella, su tapadera no le daba el suficiente conocimiento para negociar con un experto en el género. En el barrio judío proliferaban las casas de cambio, también eran prestamistas. Bernard pudo comprobar las comisiones tan elevadas que introducían en cada cambio de moneda y se alegró de haber cambiado sus luises de oro en el monasterio de Roncesvalles pues la usura que se practicaba era ostensible incluso para los profanos.
Cuando volvió a la posada desde la puerta ya se olía el pescado que se estaba asando en el horno, lo estaban preparando para él y no se demoró sentándose de inmediato en la mesa para comerlo recién hecho.
—Echaba en falta comer pescado, pero aunque lo coma todos los días que esté aquí, creo que no me cansaré de cómo lo prepara usted —dijo dirigiéndose a la posadera.