
—Quiero entrevistarme con los responsables de Ponferrada y después ya veremos lo que tengo que hacer.
—Si quiere, puedo ordenar que le lleven la información a Ordoño, el preceptor de la encomienda de Ponferrada —propuso Pedro.
—Agradezco su colaboración, pero ésta es la misión que me ha sido encomendada y debo hacerla y supervisarla personalmente, así se lo prometí a mi señor y así deseo hacerlo.
—Valoro su fidelidad, pero, si como dice Tomás, su vida corre peligro, había pensado que lo mejor es que lo protejamos —propuso Pedro.
—Mi vida ya no vale casi nada, lo he perdido todo, los últimos meses me han robado a las personas que más me importaban en esta vida y solo me queda mi misión, bueno, también hay alguien que me espera, aunque aún él no lo sabe —dijo acordándose de su pequeño.
Como iba a permanecer allí unos días, Pedro le propuso que se instalara en uno de los cuartos que tenían para las visitas que se recibían en la encomienda. Llamó a uno de los siervos para que le indicara cuál era y le ayudara a llevar allí sus cosas.
A la mañana siguiente Pedro llamó a la puerta del cuarto, le dijo que le esperaba en el comedor para desayunar y luego se reunirían en la biblioteca, tenían que hablar y estaba esperando a dos personas que estarían con ellos en la reunión, creía conveniente que la decisión que iban a tomar fuera conocida por personas a las que él debía rendir cuentas y dar explicaciones.
Cuando se encontraban almorzando, llegaron dos hombres con gran porte, parecían personas relevantes por las reverencias que algunos les hicieron al percibir su presencia.
—Les presento a Bernard de Rahon —dijo Pedro —ellos son Hugo Ramírez, prior comendador de este lugar y Roberto Lope Maestre de la orden de nuestro reino. Acompáñennos a desayunar y luego iremos a hablar en la biblioteca.
Mientras desayunaban comentaron algunas cosas intrascendentes, hablaron del tiempo, de las cosechas y del creciente número de peregrinos que se habían encontrado los últimos días en los caminos. Cuando terminaron, los cuatro se retiraron discretamente hasta la biblioteca.
—Señores —comenzó diciendo Pedro —lo que les voy a contar no debe salir de este cuarto, es un asunto muy grave y debemos ser muy precavidos ya que si se conoce puede resultar peligroso.
Sacó de un cajón que tenía cerrado con llave el documento que el día anterior le había entregado Bernard y lo leyó muy pausadamente.
—Esto es inadmisible —dijo Roberto —no pueden hacernos esto a nosotros. Hemos dado nuestra vida por el Rey y por la Iglesia, les hemos proporcionado todo lo que han pedido y ahora recibimos este pago.
—Es el miedo a nuestro poder lo que les ha hecho reaccionar de esta forma —dijo Hugo —cuando se han visto amenazados han tomado la decisión más drástica, suprimir a la Orden y se han servido de todas las argucias para desacreditarnos.
—Nosotros no podemos quedarnos parados —comentó Pedro —sabemos lo que va a ocurrir y debemos tomar las precauciones necesarias para salvar lo que podamos, solo quería que entre todos viéramos qué era lo más conveniente que podíamos hacer.
—Creo —dijo el maestre —que debemos tomar dos decisiones, la primera es poner a buen recaudo los bienes de la Orden y eso lo haremos entre todos; y la segunda es garantizar la seguridad de Bernard hasta que llegue a Ponferrada, eso es asunto mío, yo personalmente me encargaré de su protección.