—Si quiere, yo le ayudo – dijo el mozo.

—No hace falta, usted tendrá más cosas que hacer y esto lo dejo listo en unas horas, así me entretengo —afirmó Bernard.

Pues entonces me iré a dormir un rato – comentó el mozo.

Cuando Pedro le vio salir de las cuadras entró para ayudar a Bernard. Retiraron entre los dos la gran piedra que hacía de pesebre y mientras Bernard fue retirando el mortero, Pedro fue a preparar el cofre de madera metiendo todos los sacos de tela con dinero.

Cuando Bernard terminó, subió para ayudar a Pedro y entre los dos llevaron el cofre a las cuadras y lo introdujeron en el hueco que Bernard había liberado. Aún sobraba algo de espacio en los laterales y aprovecharon el mortero para cubrir el cofre y con argamasa rasearon bien todo y colocaron encima el pesebre.

Mientras Pedro iba retirando hasta el corral el mortero que había sobrado, Bernard midió los pasos que había hasta la pared de la entrada y sobre una piedra, con un cincel, puso la marca “2 pi” para señalizar el lugar en el que se encontraban los bienes que acababan de ocultar.

Con su labor cumplida, Bernard ya no tenía nada que hacer en aquel lugar, por lo que le dijo a Pedro que se quedaría dos días más y luego continuaría su camino.

Antes de la cena un joven se presentó a Pedro, era Rodrigo Alonso, el hombre de confianza que el maestro del reino le había enviado para que protegiera a Bernard en el resto de su viaje.

Rodrigo era un apuesto mozo, hijo de una de las familias nobles del reino. Vestía como un caballero y su porte le hacía enseguida distinguirse de todos los que se encontraban en la estancia. Tras hablar con Pedro y comunicarle las órdenes que tenía, este llamó a Bernard para presentárselo.

—Este es Rodrigo Alonso – dijo Pedro —él es quien le guiará y protegerá hasta que lleguen al reino de León.

—No puede ser —comentó Bernard —es mejor que vaya solo.

—¿Qué tiene de malo que Rodrigo le acompañe? ¡Además, es una orden de nuestro señor!

—No se da cuenta que llamaremos la atención. Yo viajando como un peregrino y él, que se ve a la legua que es un caballero —respondió Bernard.

—Entonces, deje de ser un peregrino y conviértase en mi criado – propuso Rodrigo.

—Esa idea sí me gusta —comentó Bernard —así sí pasaremos más desapercibidos.

—No se hable más —dijo Pedro —cambiaremos los papeles para que sea usted quien le vaya cuidando a él y atienda sus necesidades, parecerá que es él quien va siendo protegido por un criado.

—Creo que es lo mejor si no me queda más remedio que aceptar su protección, quizá hasta sea bueno para evitar encuentros desafortunados —dijo Bernard —prepárenlo todo y mañana al amanecer partiremos, no deseo estar mucho tiempo en un mismo lugar para no levantar sospechas.

Fin del capítulo XIII

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