
—Esta es tu casa —dijo Sancho —puedes venir cuando lo desees. Como puedes observar es un buen lugar para evadirte del agobio que en ocasiones produce la ciudad.
Dejaron en las cuadras el caballo que había traído Bernard y los dos regresaron una hora antes que anocheciera a la ciudad. Cuando llegaron a las primeras casas de León, el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte.
En la casa, Rodrigo estaba esperando en el patio, al verles llegar fue a su encuentro para ayudar a su padre a descender de la montura.
—Supongo que te habrá enseñado todos los rincones de la finca —le dijo a Bernard —es una pasión para él y donde más a gusto se encuentra.
—Es un lugar en el que no me extraña que se encuentre bien, se respira tranquilidad, es tan relajante que igual yo también a mi regreso paso allí unos días en su compañía; para ver los lugares que no nos ha dado tiempo a conocer.
—Será un placer enseñártelo todo —dijo Sancho —ya te he dicho que puedes considerarla como tu casa y puedes ir cuando lo desees.
—Y además, mira el regalo con el que me ha obsequiado tu padre —dijo Bernard mostrando la yegua en la que iba montado.
—Es una de las crías de mi caballo, verás como es un animal del que te sentirás orgulloso —dijo Rodrigo.
—Ya lo estoy, desde el primer momento que lo he visto, ha sido el animal en el que me he fijado ya que me ha parecido un ejemplar magnífico.
—Por cierto, padre —dijo Rodrigo —ha venido a hacerte una visita el maestre Roberto. Se encuentra en la sede de la orden y pasará más tarde para cenar con nosotros.
—¿Ves? —Dijo mirando a Bernard —te aseguré que no regresa nunca a Ponferrada o pasa por la ciudad sin detenerse en nuestra casa a hacernos una visita. Él te dirá cuándo debes ir para reuniros y que te diga lo que debes hacer.
En una palangana que había a la entrada de la casa se lavaron y se asearon antes de entrar al interior donde las mujeres se afanaban por poner la mesa. Siempre la llegada del maestre representaba una ocasión especial y debían corresponder al rango de la persona que les acompañaría en la mesa.
Los tres se retiraron a la estancia donde se encontraba la chimenea mientras esperaban la llegada de su invitado.
Sancho le dijo a Rodrigo que sirviera unas copas de vino; mientras, una de las mujeres les llevó una fuente en la que había troceado en cuñas la mitad de un queso de oveja que también lo elaboraban en la finca.
Sabían que era el último día que Bernard pasaría en aquella casa, por lo que hablaron de los planes que tenía por delante y Sancho le dijo que no dudara en acudir a él ante cualquier contratiempo que le surgiera, que debía hacerlo con toda confianza.
Fin del capítulo XXV