—¡Pero no puede hacerlo! —Afirmó Sancho —podemos obligarle a que mantenga su lealtad hacia nosotros y en el caso de que se niegue a hacerlo, podemos retirarle nuestro apoyo y a eso no creo que se quiera arriesgar.

—Es el único reino que queda en la cristiandad que todavía no se ha doblegado a la voluntad del Papa, pero por lo que me ha insinuado, tarde o temprano terminará haciéndolo.

—¡Pues tenemos que pensar en hacer algo! —propuso Sancho.

-Eso es lo que he estado valorando mientras regresaba, he dado muchas vueltas y creo que tengo la solución. Por eso le he dicho a Bernard que vamos a necesitarlo, creo que debe continuar la misión que nuestro maestro le encomendó. Ha llegado hasta nosotros por algún motivo y debemos aprovecharnos de sus conocimientos – dijo Roberto.

—Pero yo desconozco estas tierras e ignoro sus costumbres —dijo Bernard.

—Sí, pero tiene otra experiencia con la que nosotros no contamos, sabe cómo proteger los bienes de las encomiendas y debe ayudarnos porque el tiempo corre en nuestra contra —dijo Roberto apoyando su mano en el hombro del francés.

—Sabe que estoy a disposición de la Orden en todo lo que pueda ayudar y no pondré ningún obstáculo para hacerlo —afirmó Bernard.

—Pues mañana se viene con nosotros a Ponferrada y una vez que estemos allí pensaremos cuál es la estrategia más adecuada para conseguir nuestros fines —dijo el maestre.

En ese momento llamaron a la puerta, era Elvira que les anunciaba que la cena estaba ya dispuesta y cuando deseasen pasar al comedor se serviría la comida.

Habían preparado una sopa con verduras frescas que gustaba mucho al maestre y luego, en un horno de barro que calentaban con leña, habían asado un cordero que ofrecía un dorado muy apetitoso.

Durante la cena no hablaron nada más de la situación de la Orden. Roberto les fue informando, sobre todo a las mujeres, de cómo había encontrado a los cortesanos que estaban con el Rey y quiénes eran los nobles, que en compañía de sus familias, estaban en este itinerante recorrido del monarca por algunas de las fortalezas que estaba visitando en su Reino para fortalecer la lealtad de cada pueblo.

También hablaron de la ciudad, querían conocer la impresión que Bernard se llevaba de ella, pero éste de lo que más habló fue de la visita que en compañía de Sancho había realizado a la finca y de la yegua que le habían regalado.

—Posee una cuadra magnifica —dijo Roberto —es la envidia de todo el Reino.

—Sí —afirmó Bernard —los ejemplares que he podido ver son sobresalientes y la yegua que me ha regalado es un ejemplar único.

—Tienes suerte de tener uno de sus caballos. Mucha gente te envidiará, ya que todos desean tener un animal de esa cuadra —dijo Roberto.

Cuando terminaron de cenar regresaron de nuevo a la estancia de la chimenea para continuar la tertulia mientras tomaban unas copas de aguardiente.

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